La hora de comer es siempre la más flexible de todas. Los guiris más dogmáticos acostumbran a dar buena cuenta del lunch durante las doce campanadas del mediodía. En cambio, a nosotros, rebeldes meridionales, no nos resulta descabellado mover el bigote pasadas las cuatro de la tarde.
Este hecho es importante para los que padecemos el Síndrome del Local Vacío. Tardamos horas y horas en encontrar un lugar de nuestro agrado donde podamos comer. Disimulamos escrutando la cartita colgada entre los visillos de una ventana, o la descomunal pizarra que entorpece la entrada; disimulamos discriminando por motivos de precios o de menú poco apetecible. Cuando lo que realmente nos aterra es ser los primeros en entrar en el local, encontrarnos a plena disposición y acoso de los camareros.
El Síndrome del Local Vacío podría definirse como el rechazo hacia un local de restauración, única y exclusivamente por el hecho de encontrarse éste vacío. Naturalmente suponemos que la hora de acudir al local es la adecuada. Ni somos guiris dogmáticos ni nos hemos olvidado de comer.
Hay argumentos a favor. Si no hay nadie, es que la relación calidad/precio es muy baja, o bien que el trato del personal es pésimo, etc. Si no va nadie, por algo será. Esto es lo que decimos para autoconvencernos. Pero los que pueden tener argumentos de peso para dejar de ir a ese local son los que han ido alguna vez. Si todos tuviéramos el SLV, los restaurantes estarían siempre vacíos. Además, por esta regla de tres, sólo lugares conocidos y transitados serían justamente locales vacíos si lo merecen por sus cualidades. Un restaurante escondido en un callejón puede ser excelente, pero puede estar vacío por su difícil acceso; no debería ser víctima del SLV.
Cuántas veces nos hemos quejado de la dificultad de encontrar mesa, de la lentitud del servicio, del bullicio... En un local vacío estas cosas no pasan, lo que demuestra que el SLV es totalmente irracional. Aparte de todo esto, tenemos la siguiente paradoja; en un contexto de restaurantes vacíos, la primera persona que entra en alguno tiene que estar necesariamente vacunada del SLV. Si el resto de comensales padecen del Síndrome, el sitio que escoja, por un criterio personal, este primer individuo, se convertirá en un éxito y estará abarrotado, sin que este éxito esté justificado por la calidad del restaurante.