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Infraestructuras!

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Ha quedado más que demostrado que seguimos viviendo en un país tercermundista. Un país donde sus más insignes cerebros deben emigrar por falta de oportunidades y donde las mayores preocupaciones de la ciudadanía se concentran en el fútbol y en la prensa rosa.

Una ilustración muy evidente de este hecho son los informativos de las televisiones, sin duda por su inmediatez y su gratuidad los más seguidos por las masas; noticias de sucesos, con todo lujo de detalles (número de puñaladas, edades de los hijos vilipendiados, etc.) y amplísimo despliegue de la información deportiva (o cuasideportiva).

En este caldo de cultivo no es de extrañar la situación de caos que está viviendo la ciudad de Barcelona. Muy penoso es el caso de los trenes de Cercanías, rozando el esperpento, y produciendo un perjuicio al ciudadano difícilmente mesurable, no sólo a nivel económico. No sé ustedes, pero yo me estreso sobremanera esperando el transporte público mientras soy consciente de que voy a llegar tarde por culpa de dicha espera.

Lo más grave, indigno de un país civilizado en el siglo XXI, sucedió hace un mes. Como recordarán, un apagón debido a una serie de infortunios dejó sin luz a media ciudad. Los accidentes suceden, casi siempre hay algún responsable, pero no hay que darle más vueltas. En este caso concreto, lo inaceptable fue la demora inconcebible en la restauración del servicio, con el obvio menoscabo en el transcurso natural de la rutina de los ciudadanos afectados. En nuestra sociedad, me atrevería a decir que por desgracia, no podemos prescindir del fuido eléctrico. Y mucho menos 24 horas, o los 3 días que tuvieron que soportar un número considerable de abonados.

No es por defenderla, pero tengo la convicción de que la compañía eléctrica tenía la firme voluntad de desfacer el entuerto, aunque sólo fuera pensando en las indemnizaciones que se le vendrían encima. Y más viendo el monumental enojo de los siniestrados.

Es una empresa presumiblemente privada, pero descaradamente orientada por el Ministerio de turno. Por tanto, este calamitoso incidente, unido a las recalcitrantes infracciones ferroviarias, ha puesto de relieve el deplorable estado de las infraestructuras en Catalunya. La obsolescencia en las obras públicas se extiende por doquier.

En el fondo, las protestas acerca del déficit fiscal existente entre la Comunidad Autónoma Catalana y el resto del Estado no se redactan únicamente en los foros nacionalistas. Esta grave carencia de inversión en Catalunya es una consecuencia de ello. Ver el estado de las infraestructuras (será por eso por lo que Barcelona es un decorado excelente para algunas producciones cinematográficas) es argumento suficiente.

Sin embargo, creo que los principales culpables son los políticos autóctonos, sean del partido que sean, más preocupados por cuestiones nacionalistas que a ninguna parte llevan, que por los auténticos problemas de sus votantes.

Escaleras Averiadas

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En la conducta urbana de la gente existe un comportamiento muy poco racional el cual, al ser tan característico de nuestra sociedad, el borreguismo colectivo oculta su absurdidad.

Sucede con más frecuencia en los accesos al transporte suburbano que en los centros comerciales, por ejemplo, ya que en aquéllos la avería de las escaleras mecánicas es mucho más habitual. Siendo generosos podemos considerar como comprensible el sentimiento de humillación al intentar utilizar las escaleras, de ésas que se ponen en marcha al pisarlas, y comprobar con angustia cómo han dejado de funcionar. La vergüenza del sujeto es inversamente proporcional a la duración de la cara de lel@ que regala su rostro y del acto reflejo de dar marcha atrás y optar por las saludables escaleras convencionales.

Por mucho que nos pueda parecer natural y cotidiano, en este acto radica lo irracional del comportamiento ante esta situación; que una persona que prefiere un menor esfuerzo optando por las mecánicas decida dar media vuelta y variar su rumbo cuando ya tiene unas escaleras encarriladas (mecánicas averiadas, pero escaleras al fin y al cabo) es, cuanto menos, contradictorio.

A estribor

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Siempre me encuentro a estribor de la nave. Por necesidades de ingeniería y, fundamentalmente, por las normas consuetudinarias de circulación. Con una cara dentro, compartiendo el calor y el hedor humano, y otra fuera, soportando unas veces las inclemencias meteorológicas y otras simplemente deleitándome con el paisaje. Cada dos travesías, estas caras se diluyen y, con un chasquido, abro la boca y una avalancha de pasajeros la atraviesa para transformarse como por arte de magia en un pelotón de peatones.

En ocasiones disfruto del recorrido, en otras lo padezco, pero en cualquier circunstancia lo hago todo puntualmente en la parte trasera de la embarcación. Tengo una compañera, a unos pocos metros por delante, muy parecida a mí. Se podría decir que somos idénticas, salvo por la vigorosa lengua que despliega cuando la situación lo requiere con el fin de permitir que unas ruedas circulen sobre ella.

También tengo un socio, pequeño, rojo y cuadrado. Su nombre es “Stop” y sabe idiomas. En realidad, él es quien me hace de intérprete, ya que yo casi nunca acierto el momento de abrir la boca para provocar un nuevo desalojo. Conoce perfectamente las intenciones de los pasajeros, lo que supone todo un misterio para mí; solamente tienen que acariciarle con un dedo y ya sabe que quieren apearse en la próxima parada. Estoy segura de que, si no fuera por él, escucharíamos gritos de extremo a extremo del autobús con frecuencia.

Hablando de gritos. Uno de los episodios más tensos se produce cuando, o bien Stop o una servidora, nos olvidamos de llevar a cabo nuestra aportación en la rutina de desembarco. El caso es que siempre acaban pagándolo conmigo, exclamando mi nombre en voz alta, como esperando algún tipo de respuesta desde la parte delantera del vehículo. Ocasionalmente también acometen contra Stop blandiendo un arsenal de huellas dactilares. Tal es la magnitud del exabrupto que reacciono casi instintivamente y me deshago del apresado viajero.

Otro de los momentos inolvidables en mi relación con estos impacientes pasajeros es el instante en que, en una demostración de dudoso afecto, se arriman tanto a mi boca que, una vez transcurrido el curso crucial de mis funciones y cuando me dispongo a cerrar mis fauces, me atraganto y soy incapaz de juntar los dientes. Lo peor de todo es que el infractor rara vez se apercibe de su inicua conducta, lo que no hace otra cosa que prolongar mi agonía; casi siempre debe ser algún buen samaritano quien le inste a abandonar su posición casi delictiva.

A pesar de mi juventud, he sido testigo directo de miles de historias de todo tipo: desde avisos colgados en mi paladar informando del recorrido de la próxima maratón, hasta jóvenes cándidos equivocándose de puerta y accediendo al interior por una vía de salida (para posteriormente, y en un alarde de despistes, olvidarse de abonar el billete). Desde fuera, mi vida puede parecer monótona y aburrida, pero debo reconocer que me divierto muchísimo gracias a todo el elenco de personajes que día tras día circulan a través de mi epiglotis.

El niño que necesita llamar la atención

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Como habrán comprobado, la política no es un tema recurrente en mis escritos. Me resulta tediosa la política en sí, y estéril y abusivo su debate en los medios (especialmente la radio y la prensa escrita; en la tele el político que más aparece es Julián Muñoz!). Por tanto, es absurdo que contribuya aportando mi granito de arena a un tema que, dada mi extrema ignorancia, poco más puedo aportar.

Ahora bien, eso no es obstáculo para que, como ciudadan@, me preocupen problemas sociales derivados directamente de la mala gestión de los políticos. Ayer se fue al traste una de las mejores noticias del año: la manifestación expresa del abandono de las armas por parte de la banda terrorista. Temporal, sí, pero algo era algo. Ayer, por culpa de la torpeza de unos partidos políticos más preocupados por acaparar votantes (y en consecuencia, escaños y poder), los etarras se comportaron como el niño ignorado por sus padres que necesita llamar la atención. El niño que no se conforma con berrear, debe cometer un acto de suficiente contundencia como para que los padres dejen de pelearse entre ellos y le presten atención. Como por ejemplo, hacer trizas un jarrón de la dinastía Ming(R).

Si los padres no estuvieran inmersos en una trifulca entre ellos, el niño no necesitaría reclamarles su atención. Los padres podrían, después de debatirlo el uno con el otro, decidir si lo mejor para que el niño enderece su conducta es castigarle o dialogar con él. O una solución intermedia.

Debo reconocer que la metáfora está demasiado endulcorada, dado el grado de asquerosidad que desprenden los políticos al insistir en discutir sobre un tema en el cual debe haber consenso generalizado, puesto que la inmensa mayoría de nuestra sociedad comparte el mismo código ético. O esto es lo que me gusta creer, inocente de mí.

En fin, aunque constituya un esfuerzo titánico, debemos mantener la esperanza de que alguien recapacite. Pero esto ya no será hasta el año que viene.

Aprovecho para lanzarles mis más sinceros y mejores deseos para el año que comienza dentro de un ratito.

Colonización

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Entraron sin hacer ruido. Tan sigilosa fue su aparición como difícil nos resulta recordar la primera vez que comimos "en un chino". Las primeras veces era la novedad, lo exótico, lo que nos atraía de esos restaurantes. Más tarde, subyugada la efervescencia de los primeros rollitos de primavera, nos dimos cuenta de que el menú era comida "normal"(*) y nuestras motivaciones para acudir se centraban en una más que digna relación calidad (o más propiamente, cantidad)/precio.

Luego fueron los bazares, las tiendas de todo a cien. Surgieron como setas, todos a la vez y sin que nos percatáramos. Eso sí, acatamos su presencia y su papel en nuestra cesta de la compra con toda naturalidad. Tal vez fue la asunción del euro lo que provocó, por motivos monetarios y de márketing, la pérdida de vigencia de las clásicas tiendas de "todo a cien", propiedad de ciudadanos españoles. Quién sabe. Lo que sabemos con certeza es que su irrupción fue voraz, basándose en una política de precios bajos tal que nos incitaba a la adquisición de productos que no eran en absoluto de nuestra necesidad. Aunque con reservas, claro: los objetos ornamentales, de dudoso gusto y que en algunos casos nada tienen que ver con la cultura oriental ¿?. Actualmente, tras la ocupación de una importante cuota de mercado y la desorientación que sigue provocando el euro, han optado por una política de aumento de precios, lo que no ha conllevado un aumento en la calidad de los productos; de las cuatro ó cinco docenas de bolígrafos que he comprado en diversas tiendas de esta índole, no he conseguido escribir con ninguno. Eso sí, para horadar hojas son ideales.

Lo último es lo más alarmante: los bares. Pero no bares "chinos", ni de temática oriental, no. A diferencia de los otros tipos de locales antes mencionados, son bares genuinamente españoles. Ni siquiera se han molestado en cambiar la decoración ni el nombre. Los bares de toda la vida, ésos en los que los jubilados juegan a las cartas o al dominó, lo más arraigado a nuestra cultura, son ahora regentados por ciudadanos amarillos. Y no son casos aislados; ahora lo díficil es encontrar un "barman" con barba de tres días y mondadientes en la boca.

Tras esto último, deberíamos empezar a preocuparnos. Si han conseguido invadir lo más sagrado... qué será lo próximo?!?


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(*) Obviamente, si atendemos a las numerosas leyendas urbanas elaboradas en torno a este tipo de locales, el calificativo de "normal" pierde fuerza.

El Síndrome del Local Vacío

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La hora de comer es siempre la más flexible de todas. Los guiris más dogmáticos acostumbran a dar buena cuenta del lunch durante las doce campanadas del mediodía. En cambio, a nosotros, rebeldes meridionales, no nos resulta descabellado mover el bigote pasadas las cuatro de la tarde.

Este hecho es importante para los que padecemos el Síndrome del Local Vacío. Tardamos horas y horas en encontrar un lugar de nuestro agrado donde podamos comer. Disimulamos escrutando la cartita colgada entre los visillos de una ventana, o la descomunal pizarra que entorpece la entrada; disimulamos discriminando por motivos de precios o de menú poco apetecible. Cuando lo que realmente nos aterra es ser los primeros en entrar en el local, encontrarnos a plena disposición y acoso de los camareros.

El Síndrome del Local Vacío podría definirse como el rechazo hacia un local de restauración, única y exclusivamente por el hecho de encontrarse éste vacío. Naturalmente suponemos que la hora de acudir al local es la adecuada. Ni somos guiris dogmáticos ni nos hemos olvidado de comer.

Hay argumentos a favor. Si no hay nadie, es que la relación calidad/precio es muy baja, o bien que el trato del personal es pésimo, etc. Si no va nadie, por algo será. Esto es lo que decimos para autoconvencernos. Pero los que pueden tener argumentos de peso para dejar de ir a ese local son los que han ido alguna vez. Si todos tuviéramos el SLV, los restaurantes estarían siempre vacíos. Además, por esta regla de tres, sólo lugares conocidos y transitados serían justamente locales vacíos si lo merecen por sus cualidades. Un restaurante escondido en un callejón puede ser excelente, pero puede estar vacío por su difícil acceso; no debería ser víctima del SLV.

Cuántas veces nos hemos quejado de la dificultad de encontrar mesa, de la lentitud del servicio, del bullicio... En un local vacío estas cosas no pasan, lo que demuestra que el SLV es totalmente irracional. Aparte de todo esto, tenemos la siguiente paradoja; en un contexto de restaurantes vacíos, la primera persona que entra en alguno tiene que estar necesariamente vacunada del SLV. Si el resto de comensales padecen del Síndrome, el sitio que escoja, por un criterio personal, este primer individuo, se convertirá en un éxito y estará abarrotado, sin que este éxito esté justificado por la calidad del restaurante.

Pero campechano, campechano...

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Impresionantes las imágenes de hoy de SS.MM. los Reyes (¿en Valencia?, disculpen, apenas presto atención a los informativos). Tenemos tanta suerte de contar con unos soberanos tan sencillos y próximos al pueblo que no nos los merecemos.

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Aterriza como puedas

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El avión despegaba a las 7.40 horas. Al tratarse de un vuelo nacional, con plantarse una hora antes en el aeropuerto era más que suficiente. Además, no era la primera vez que efectuaba semejante trayecto, y la experiencia avalaba ese dato.

Allí estuve, a las 6.40 en punto. Varios mostradores recogían viajeros y equipaje para diversos vuelos. Como en el supermercado, escogí la cola que parecía que me iba a ofrecer un menor tiempo de espera. Craso error. Como en el supermercado, la cola más corta (y presumiblemente más rápida) es la que es atendida por el personal más lento. Pues sí, señores, las 6.55 y los mismos que eran atendidos en el momento de mi llegada seguían discutiendo con la amable dependienta. La Impaciencia, igual que hacía con mis sucesores en la cola, llamaba a mi puerta.

Decidí acudir a las máquinas automáticas, ya que poseía un billete de la modalidad "electrónica". Introduje mi DNI pero no era válido. Para evitar conflictos con la tecnología, opté por retornar a los mostradores, donde un humano me atendiera. Obviamente escogí otra cola, pues aún estaban los mismos pelmazos monopolizando mi antiguo mostrador. Cuando al final conseguí llegar al nuevo mostrador de facturación, me entregaron la tarjeta de embarque y me marcaron la hora, las 7:10. Miré el reloj con cierta angustia, confirmada ésta tras confirmar yo la hora: eran las 7:05.

Subí a toda prisa por las escaleras, dirigiéndome al control de seguridad. Se me desplomó el alma cuando observé la enorme cola que había. Claro, un mismo control de seguridad para tantos vuelos... Por fortuna, el ritmo era relativamente rápido, pero para no agobiarme aún más, decidí no volver a mirar el reloj hasta pasado un ratito. Al final, entre la Impaciencia, la Incertidumbre y el Aburrimiento me obligaron a consultar la hora: las 7:15. Sin embargo, mi retención en aquella infernal cola prácticamente se había extinguido. Me despojé del reloj, del cinturón y demás objetos personales y los deposité en la bandeja preparada a tal efecto. La tarjeta de embarque la llevaba en la mano para poder mostrarla más fácilmente al amable miembro del Cuerpo de la Guardia Civil.

Tras mostrar la tarjeta, hubiera jurado que la coloqué en la bandeja, con el fin de tener todos los objetos que luego debería reubicar en un mismo lugar. Entre las prisas, la muchedumbre, el estrés que provoca pasar por debajo del detector ante la inquisitiva mirada del amable miembro del Cuerpo de la Guardia Civil y el tener que sujetarme los pantalones con una mano ante la ausencia de cinturón, me despisté y cuando la bandeja atravesó el aparato de rayos X y me dispuse a recoger todos mis efectos personales, comprobé cómo la tarjeta de embarque había desaparecido.

Eran las 7:20 pasadas y las masas se estaban agolpando en el control de seguridad. No podía detenerme a buscar la dichosa tarjeta. Tampoco podía asegurar que se hubiera extraviado al cruzar la máquina de rayos X. Escruté todos mis bolsillos, pero la búsqueda fue infructuosa. Tomé la determinación entonces de acudir a la puerta de embarque; por mucho que tuviera la tarjeta, hubiera sido más difícil embarcar con el avión ya en el aire.

Fui a la puerta que me indicaron, corriendo y colocándome el cinturón a la vez. Esta vez los dioses fueron benévolos al seleccionar la puerta y no me mandaron a la otra punta de la terminal. Le confesé a la azafata que había extraviado la tarjeta y ella puso cara de tener ante ella a un híbrido de Ed Gein y Jack el Destripador. Me comentó que era un elemento imprescindible para acceder al aparato, pero que me esperara un momento, que si mi billete era electrónico, aún había margen para la esperanza. A pesar de todo, yo estaba relativamente tranquilo, aunque no sé en qué hecho basaba mi convencimiento de que ese avión no despegaría sin mí. Así fue, mostrando mi DNI me confirmaron que era correcto y me dejaron subir. Afortunadamente recordaba mi número de asiento, de forma que una vez dentro no tuve que volver a humillarme reconociendo de nuevo mi torpeza al perder una tarjeta importantísima en apenas 50 metros de aeropuerto.

Ya estaba dentro. Eran las 7:25 horas. En apenas 45 minutos me había pasado de todo. Sólo me quedaba lidiar con una azafata tiquismiquis que me incordió un par de veces acerca de lo que había depositado en el bolsillo del asiento delantero o acerca de la verticalidad de mi butaca. En fin, tras lo acaecido unos minutos antes, aquello era solamente una ligera tocadita de huevos.

Seguramente muy pocos de ustedes se habrán parado a pensar cuál podría ser el tiempo de espera esperado, valga la redundancia, de un ascensor cualquiera y si este valor esperado aumenta o disminuye en función del piso en que nos encontramos. Para esos privilegiados curiosos, a continuación detallaremos un modesto análisis que nos ofrece datos reveladores.

Contexto significativo: Un edificio de 5 pisos, una planta baja y un ascensor.
Supuesto 1. El ascensor tarda 2 segundos en circular por cada piso. Para simplificar el análisis, obviamos el tiempo de apertura y cierre de puertas y lo que tarda el usuario en apretar el botón.

Con estos datos, ya podemos elaborar el siguiente cuadro (cuadro 1):

cuadro1.gif

En cada casilla aparece el tiempo en segundos que tarda el ascensor desde el piso de origen (columnas) hasta el piso de destino (filas). O lo que es lo mismo, desde donde está el ascensor hasta donde está el vecino que pulsa el botón de llamada.

Como vemos, si el vecino está en la 3ª planta y el ascensor también, el tiempo transcurrido es cero. En cambio, tardará 10 segundos si el vecino se encuentra en el 5º piso y el ascensor está en la planta baja.

Observamos que el tiempo de espera promedio es mayor en la planta baja y en la 5ª planta, mientras que en los pisos centrales el tiempo de espera debería ser menor. Esto no es exacto, pues debemos considerar más factores, como por ejemplo la mayor frecuencia del ascensor en unos pisos que en otros.

Ahora debemos calcular la probabilidad de que el ascensor se encuentre en el piso x. Para ello, calcularemos la probabilidad equivalente de que un vecino situado en el piso x acuda al piso y.
Necesitamos más supuestos:
Supuesto 2. En cada piso, el número de vecinos es equiparable, así como su uso del ascensor.
Supuesto 3. Los vecinos que no se encuentran en la planta baja (0) tienen intención de acceder a ella casi con total probabilidad. Concedemos una probabilidad del 1% al resto de pisos de manera residual.

Observemos el cuadro 2:

cuadro2.gif

Si un vecino está en la planta baja (columna "0"), cada uno de los pisos será igualmente probable que reciba el ascensor. En cambio, si se encuentra en cualquier otro piso, habrá un 96% de probabilidades de que el usuario acuda a la planta baja y un 1% a cada una de las restantes.

En la última columna obtenemos la probabilidad de que el ascensor se encuentre en cada uno de los pisos.

Ponderamos los datos relativos a la ubicación del ascensor del cuadro 1 con las probabilidades del cuadro 2. Multiplicamos el tiempo de espera por la probabilidad de que el ascensor se encuentre en el piso x. Lo que genera el cuadro 3:

cuadro3.gif

Teniendo en cuenta que cada una de las filas, es decir el Piso Destino, es un dato equivalente a la ubicación del vecino que llama al ascensor, el tiempo de espera promedio nos indica cuánto tardará el ascensor en función del piso donde se halle dicho vecino.

Corolario: como los vecinos, en su mayoría, desean acudir a la planta baja cuando toman el ascensor, el tiempo de espera esperado del mismo aumentará conforme aumenta la altitud del piso.

Paparajotes

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Como habrán comprobado, las musas hacen tiempo que no hacen acto de presencia en mi imaginación, así que mientras ustedes y yo esperamos por su regreso, confío en que esta receta les sirva como aperitivo.

Ingredientes
Hojas de naranjo o limonero
1 chorrito de leche
Harina
1 cucharadita de levadura
Azúcar
Canela en polvo
Aceite

Preparación
Dicen que la receta es murciana, y se trata de pequeños bollos de pan azucarado sobre hojas de naranjo o limonero, que con una sartén y en 15 minutos puede tenerse lista.
Para empezar, hay que cortar las hojas de naranjo o de limonero, que serán lavadas bajo el grifo, y se dejan escurrir.
Luego, para rebozarlas, es necesario preparar una sencilla pasta a base de leche, harina, azúcar y levadura. Opcionalmente, puede usarse huevo.
Hecho esto, se rebozan las hojas en la pasta y se fríen en aceite muy caliente. Cuando estén en su punto, se dejan escurrir y se espolvorea su superficie con azúcar y canela.

El Último Heterosexual

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Año 2041. San Francisco, California, EE.UU.
A Gustaff le gustaban las mujeres. Le avergonzaba confesarlo, pero se trataba sin duda de un especímen extraño en el, cada vez más extinto, género humano. Logró mantener oculta tan atroz condición hasta una vez superada la adolescencia, la cual supuso todo un infierno para él. Una vez cumplida dicha etapa, tampoco pudo manifestar sus verdaderas tendencias abiertamente, pero las tentaciones se debilitaron.

Pasada la época de promiscuidades propias de los preadultos, a Gustaff le apetecía dar por fin rienda suelta a sus instintos, unos instintos extremadamente contenidos, pues hasta entonces tan sólo había tenido a su alcance para satisfacerlos a sus compañeros de facultad, unos eunucos imberbes, o bien, en eventuales ocasiones, a barbudos camioneros cuya única motivación en la vida era hacerle la ídem imposible a un marinero consumidor de espinacas. Y eso, al degenerado de Gustaff, no le atraía.

Comenzó a buscar a una muchacha que pudiera llegar a amarle. La experiencia le había mostrado con una cruel contundencia que las más bellas y las más inteligentes, las que, por su definición atávica de "macho", más podrían atraerles, mostraban una conducta claramente lésbica. Por tanto, a Gustaff sólo le quedaba encontrar una chica que cumpliera dos requisitos: que mostrara atracción hacia él y que fuera "femenina".

Lo segundo estaba complicado. En aquella época, sólo los individuos equipados con un cromosoma "Y" exhibían comportamientos definidos en el siglo XX como femeninos. Y éstos al bicho raro de Gustaff no le gustaban. El pobre contenía sus impulsos mediante prácticas onanistas gracias a revistas del siglo pasado, o a páginas web sin actualizar. Lo hacía con resignación y tristeza, pues era consciente de que la tarea de encontrar a una mujer a la que no le gustaran las mujeres era ardua y complicada. A eso había que añadirle el esfuerzo de tener que disimular contínuamente sus depravadas tendencias. Gustaff estaba totalmente desubicado en un mundo que no comprendía. Con lo feliz que hubiera sido naciendo solamente un siglo antes...

Año 2096. Planeta Tierra.
La especie humana se ha extinguido. Los chimpancés comienzan a escasear...

Vicios

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Adequeísmo: Eliminar elementos de enlace necesarios.
Estoy seguro que vendrá.
Anfibología: Doble sentido.
Me voy a lavar.
Arcaísmo: Forma o manera de decir anticuada.
Desfacer entuertos.
Barbarismo: Pronunciar mal las palabras.
Poner los puntos sobre las is.
Cacofonía: Encuentro o repetición de las mismas sílabas o letras.
Juana nadaba.
Dequeísmo: Añadir elementos innecesarios de enlace.
Pienso de que es tarde.
Extranjerismo: Voz, frase o giro de un idioma extranjero.
Barman.
Hiato: Encuentro de vocales seguidas en la pronunciación.
De este a oeste.
Hipercorrección: Deformación de una palabra pensando que así es correcta.
Bacalado.
Idiotismo: Modo de hablar contra las reglas ordinarias de la gramática.
Déjeme que le diga.
Pleonasmo: Empleo de palabras innecesarias.
Volar por el aire.
Redundancia: Repetición innecesaria de palabras o conceptos.
Subir arriba.
Solecismo: Falta de sintaxis.
Lo llevé un regalo.
Vulgarismo: Frase incorrecta utilizada por gente sin cultura.
Medecina.

Ayuda a los inventores

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En un afán altruista sin precedentes, voy a permitirme el lujo de facilitar la tarea a la materia gris de los inventores profesionales, cuyas proezas a menudo no son reconocidas y en cambio suponen un descomunal incremento en nuestro bienestar, describiendo tres posibles inventos, inéditos hasta la fecha según mis noticias. O en su defecto, plantearé las necesidades para que esas privilegiadas mentes encuentren el óptimo artilugio.

1er invento.
Verdad que resulta un engorro, tener que levantar y bajar la tapa del WC en función de si su uso va a ser masculino o femenino, o si la expulsión en cuestión se va a realizar en postura plantígrada o posando las posaderas? Los riñones de muchos ya no están para excesivos trotes y creo que no costaría demasiado instalar un botoncito, a una cómoda altura, que suba y baje la tapa. No considero que con este mecanismo el riesgo de accidentes aumente muy por encima del sistema de tracción manual actual.

2o invento.
Estamos en verano y entre nuestras frutas favoritas para estas fechas se encuentra la sandía. Roja por dentro, verde por fuera, húmeda y refrescante... y con centenares y centenares de pepitas. Si los japoneses han ideado un sistema mediante manipulación genética para que esta fruta salga en forma de cubo (de los hexaedros de toda la vida, de los que no sirven, por definición, para acarrear agua) y de esta forma facilitar su disposición en las estanterías de los supermercados... por qué no les quitan las dichosas pepitas? O por qué no inventa alguién algún gadget para quitarlas automáticamente y con soltura, sin tener que escupirlas cual metralleta?

3er invento.
Muchas veces la urgencia nos desborda y, una vez dentro del cuarto de baño y cuando nos disponemos a iniciar la faena, nos damos cuenta de que nos hemos olvidado el elemento imprescindible de lectura que distraiga nuestro cerebro mientras otros músculos situados en las antípodas realizan su función. Cual es la solución más habitual, el recurso más utilizado por todo ser humano? Leer la etiqueta del champú. A menudo no logro explicarme cómo no somos todos los ciudadanos unos expertos en la composición y las aplicaciones del champú, tanto que nos hemos instruido al respecto. Para dedicar el poco tiempo que leemos, y que me perdonen los que redactan las etiquetas del champú, a algo más interesante, propondría que las botellas de dicho producto adjuntaran textos relacionado con otros temas: alguna novela breve, artículos periodísticos, cartas al director... incluso cómics, las posibilidades son enormes. Esto supondría un aumento en el precio, por el tema de los derechos de autor y esas cosas, pero creo que todos saldríamos ganando; o al menos saldríamos del baño un pelín más cultos.

Por favor...

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En nuestra Ley No Escrita De Urbanidad, uno de los elementos estrella es la expresión "por favor" (en otros mundos, también conocida como "please" o "bitte"). El significado, o mejor dicho, la aportación enfática de dicha locución es conocida por todos/as, así que reservaré mi retórica a otras argumentaciones.

Es indiscutible que la connotación de la expresión que nos ocupa es, en el sentido del buen o mal rollo, positiva. Es decir, no podemos recriminar a nadie el incluir un "por favor" en su alocución por resultar de mal gusto o improcedente. En algunos casos sirve incluso para embellecer una frase, o para proporcionar mayor cortesía.

Sin embargo, a pesar de la bondad que pueda transmitir intrínsecamente la expresión "por favor", si desviamos nuestra mirada hacia el contexto de la frase, observamos como su uso se hace necesario únicamente en situaciones no excesivamente ventajosas; algunas son penosas e incluso dramáticas. Cuando pedimos auxilio, cuando necesitamos que nos hagan un favor, cuando queremos aportar ironía a una orden, etc.. De la misma forma, el utilizar la expresión de marras puede resultar igualmente incómodo para quien pronuncia la frase como para su receptor; no sólo recibe la humillación el suplicante.

Por tanto, la próxima vez que escuchen un "por favor", analicen fríamente el contexto antes de establecer juicios irracionales acerca de connotaciones aventuradas.

No quiero ir a Gran Hermano

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Y no me refiero a participar dentro de la casa. Porque eso ya es voluntad de cada uno. Lo que me aterra es formar parte del universo de ese programa, arrastrado por alguien de mi entorno que desee concursar y me elija a mí como defensor en el plató. Se imaginan ustedes? Qué hago, dejo a esa criatura de dios sin mi incondicional amparo?

Porque la presunta fama que te proporciona tal ocupación es de dudosa procedencia. Una fama que tal vez genere algún euro que otro suficientes para que la dignidad huya en globo, pero que te puede introducir en un círculo vicioso de famoseo de todo-a-cien bastante peligroso.

La cordura no es algo que abunde en mi ser, lo admito, pero la escasa que poseo me evita de emprender aventuras realityshowísticas. Lo único que pido, a los dioses si es preciso, es que este tipo de cordura esté presente también en aquellas personas humanas susceptibles de pretender un abogado defensor como yo.

Dóna corda al català

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El Govern de la Generalitat va a invertir más de 3 millones de euros en promover el uso del catalán en el ámbito social. No es la primera vez que se lleva a cabo una iniciativa similar, pero en esta ocasión no me parece necesaria, especialmente teniendo en cuenta el coste de oportunidad de la campaña.

No considero que el catalán deba potenciarse. Creo que goza de buena salud. Y no gracias a los políticos, precisamente. Vivo en una de las zonas más cosmopolitas de Catalunya y oir hablar en catalán es muy habitual. Es normal que se escuchen otras lenguas, sobre todo teniendo en cuenta la magnitud que ha alcanzado el fenómeno de la inmigración. En cualquier caso, los inmigrantes no son el público objetivo principal de esta campaña.

Tal vez medidas como ésta sean necesarias, los políticos tendrán sus razones, pero da la impresión de que peligre la conservación de la cultura autóctona cuando, a mi modesto entender, no hay motivos de alarma.

Siempre en favor del ciudadano

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El abono mensual ha subido casi dos euros este año, el doble del nivel de vida. Sin embargo no he visto el doble de mejora en el servicio y las prestaciones. Más bien todo lo contrario: esperas interminables, averías inoportunas, malos modales de los empleados, suciedad y dejadez, falta de información...

Teniendo en cuenta que se trata de un servicio público en situación de monopolio, considero cualquier pataleta como legítima. Es indigna esta situación, a la altura de un país tercermundista. Y si al menos no tienen intención de solucionarlo, que no nos humillen con esas ignominiosas subidas de las tarifas.

Lo peor de todo es la impotencia que se siente. Mi única vía de escape puede ser este humilde blog que nadie lee. O también la ironía; gracias a ella podré entonar con un sutil canto: Gracias!!!

Invasores II

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A menudo nos sentimos invadidos. En la multirracial sociedad actual es bastante frecuente. Rara vez nos encontramos en un contexto donde la absoluta totalidad de las personas que nos rodean comparte nuestros mismos orígenes. Y eso no es malo. No obstante, cuando invaden tu terreno vital y coartan tu libertad, el tema se vuelve peligroso.

Y no me refiero a los chinos, esos maestros del monopoly que son capaces de apoderarse de una manzana entera a base de restaurantes, bazares e incluso fruterías donde venden algo más que mandarinas. Tampoco quisiera hacer mención a los hispanoamericanos y a su enorme capacidad reproductiva. Ni a los moros ni a los negros... perdón, magrebíes y subsaharianos.

Me estoy refiriendo a los perros. Antiguamente encontrarse con un perro por la calle era casi un motivo de celebración, un evento extraordinario equivalente a las sensaciones que producían las visitas a los zoológicos. Además, celebrábamos con regocijo el repugnante infortunio de contactar con la suela de nuestro zapato los desahogos intestinales de los canes, aduciendo la buena fortuna que dicho incidente consigo traía.

Ahora hay miles de ellos. Se han convertido en un elemento urbano más, tales como las farolas, los árboles o los mismísimos peatones. Incluso un mismo dueño es poseedor de más de uno y ya no se esfuerza en madrugar para permitir al perrito hacer sus necesidades. Nos encontramos a individuos paseando a su mascota a cualquier hora del día.

Lo más fascinante de todo es la invasión propiamente dicha, sibilina y contundente. En una acera de apenas tres metros, el dueño mantiene atado a su perro mediante un cordel de cinco metros, otorgándole una piadosa libertad digna de la indulgente y presuntamente superior raza humana. El cánido, ni corto ni perezoso, bueno, al menos ni corto, aprovecha tal concesión para deambular por el extremo opuesto de la acera, lo que provoca que los peatones inocentes se tropiecen con un obstáculo compuesto por un cordel sujeto a sus dos extremos por dos elementos móviles. Esta invasión de la vía pública solamente concluye cuando el dueño se da cuenta de su torpeza, su egoísmo y su absurda magnanimidad y con ridículos esfuerzos exhorta a su subordinado a que proceda a moverse con tal de que la longitud del cable se vea reducida.

En el tema de las caquitas parece que vamos mejorando. Al menos no se detecta un aumento de la "siembra", a pesar de haberse incrementado sensiblemente el número de "sembradores".

Cuando éramos héroes

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Ya no quedan héroes como los de antes. Los de ahora son tan frágiles como efímera es su heroicidad. Su objetivo es algo que ellos llaman ética (y que al parecer, se trata de una idea abstracta que sólo ellos conocen), en lugar de la fama y la riqueza, la gloria. Sus actos son cuidadosamente meditados, buscando el mayor provecho a través de la acción más liviana. Sin derramar ni una gota de sangre, sin exhibiciones gratuitas, sin violencia, sin generar odio, envidia o pavor entre sus enemigos y buena parte de sus aliados.

La presunta gloria conseguida por el héroe de hoy le concede un estatus que le hace innecesaria la sucesión de actos heroicos y que no le espere otra cosa que un lecho de laureles. En esta sociedad tan falta de héroes, de los de ayer, pero también de los de hoy, la presencia de uno es muy destacada y destacable. Por eso la jactancia no es necesaria, ya recibe los vítores necesarios para colmar su ego. Sin llegar a la idolatría como antaño, faltaría más, que no está el horno para bollos.

Como la Pólvora

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Me presentaré. Me llamo Sr. Rumor, aunque familiarmente me conocen como "Chisme". Antes de nada, para evitar conjeturas y elucubraciones, les confesaré que mi naturaleza es del todo metafísica. No existo como tal, no tengo huesos, músculos, nervios, ni siquiera cuerdas vocales. Digamos que resido en el ambiente, en la conciencia colectiva de varios puñados de personas.

Les explicaré mi ciclo vital. Mi nacimiento es incierto; ya desde el principio mi existencia es puesta en duda. Esta incertidumbre durará hasta el fin de mis días. Probablemente nazca de la mente de cualquier individuo de ese colectivo, un sujeto que habría extraído una conclusión a partir de cierta información distorsionada que haya llegado a sus oídos. El proceso mental de generar esa conclusión, que incluso puede llegar a transformarse en descabellada noticia, puede considerarse como mi parto. Necesito nutrirme, crecer, reproducirme, así que mi "madre", el sujeto tan enigmático que me ha creado, tiene casi la obligación de propagarme. Si no hubiera sido así, el renacuajo que fui jamás se hubiera convertido en rana. Me habría quedado en una vulgar idea, algo que sería del uso y disfrute, con buena dosis de onanismo, de mi inventor. Una vez he traspasado la mente del primer individuo, mi propagación es mucho más fácil, rápida y eficaz. Vuelo de mente en mente, de boca en boca, entre susurros, secretos y promesas. Es el momento en el que crezco, me hago enorme y especialmente robusto. Comparto la malsana alegría de los que comparten el rumor. Me hago partícipe de la satisfacción de todo aquél que me expulsa de su boca mientras farda de poseer esa información tan dudosamente valiosa. Pero es mi modus vivendi. Debo ser tan cruel como las personas que utilizo para propagarme.

De mi especie hay muchos tipos. Hay algunos enormes, que traspasan océanos y que se aprovechan de mecanismos de conexión tales como Internet. Otros son más localizados y repercuten casi siempre en los mismos personajes, los cuales han constituido una élite llamada "farándula". En mi caso, mi ámbito de aplicación es más modesto; soy un humilde rumorcillo de oficina.

El momento de mi muerte? Es difícil de determinar. A veces muero por olvido; otras veces porque la Sra. Noticia me devora. Pero en muchas ocasiones puedo llegar a ser inmortal y renacer cada cierto tiempo, en función del grado de calenturamiento de esas mentes que me conceden el halo de vida.

La Bruja del Autobús

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Érase una vez un pacífico ciudadano que acababa de cumplir con su labor diaria y se disponía a emprender el camino de regreso a su hogar. Esperaba pacientemente la llegada del vehículo cuando, de repente, sintió un escalofrío. Una anciana de revoltosas melenas le dirigía la más furibunda de sus miradas. El peatón, atemorizado, permaneció inmóvil, como petrificado, cuando el vehículo abrió sus puertas. Entonces, un cúmulo de circunstancias (las prisas, el desconcierto, su casual ubicación) le condujeron al humilde transeúnte a montar en el coche en primer lugar. Una vez arriba, toda la cólera concentrada en aquella vieja mujer, cuyos ojos apenas eran una muestra, se desató. La ex-venerable ancianita, profiriendo gritos de rabia, alzó los brazos y el cuello y desató una tormenta de rayos azules y violetas sobre su cabeza. Sus ojos se blanquearon y sus dientes amarilleáronse. Entre todo aquel alboroto, la víctima apenas si pudo ver cómo la mujer abría la boca, que parecía más grande de lo que presumían sus enjutos labios, y extraía una lengua bífida. Debido a que se sentían fuera de peligro, el resto del pasaje, a pesar de sentir un gran pavor, se abstuvieron de intervenir. A punto estuvo la viperina lengua de alcanzar al desvalido peatón. Éste, con una demostración de agilidad insólita, logró zafarse y dirigirse al fondo del coche, lejos del alcance de los brazos de la vieja, ya convertidos en tentáculos verrugosos. La mujer no cesó de acosarle con una retahíla de improperios que él se esforzaba en ignorar. No obstante, su entereza le llevó a la victoria, pues una vez el chófer puso en marcha el vehículo, la vieja se calmó, volvió a su estado natural y olvidó el incidente con rapidez, gracias a cierta chochez cósmica.

Invasores

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El pasado mes de febrero, las autoridades astronáuticas del planeta Tierra captaron por radio una transmisión presuntamente alienígena. El eminente profesor Zamenhof, tras interminables horas de análisis y estudios, pudo aventurar una traducción de parte del mensaje. Incluso se permitió bautizar al protagonista. He aquí un extracto:
[...] "Jason" al habla. Las peores expectativas acerca de la presencia de inteligencia útil en el planeta Tierra se han confirmado. Puedo asegurar sin temor a equivocarme que la inmensa mayoría de habitantes del planeta, con especial énfasis aquélla que se autoproclama como Primer Mundo, se halla en estos momentos absolutamente alienada. He estudiado durante las últimas semanas unos archivos, denominados por ellos "libros de Historia" y he podido comprobar que la situación empeora con el paso de los siglos. Antiguamente la sociedad terrícola se hallaba idiotizada por algo que ellos llaman "religión", un intento, absurdo si me permiten la expresión, de explicar su génesis. Pero la evasión mental de estos individuos está alcanzando límites peligrosos en los últimos años. Ya no existe una preocupación tan agresiva como antaño por la citada "religión", sino algo mucho peor. Ahora, una gran parte de estos humanos, reitero, que presume de ser la máxima autoridad de la civilización de este primitivo planeta, venera una especie de juego físico donde dos grupos de reducido número, apenas una docena cada uno, disputan la posesión de un objeto esférico con el ridículo objetivo de introducirlo en una puerta protegida por un señor con gorra. Es posible que el formar parte del juego resulte incluso divertido. Pero lo más desgarrador es comprobar el ingente número de humanos que disfrutan con el visionado de tan ridículo espectáculo. Acuden a recintos especialmente preparados para ello, recintos inmensos que han sido construidos con grandes dotaciones de recursos y cuya única funcionalidad es la de albergar eventos de dicho juego. Estos terrícolas condicionan su estado de ánimo a las evoluciones de uno de los dos grupos. Es más, muchos sobreponen la teórica importancia del resultado del juego a sus problemas personales. Por otro lado, los protagonistas del juego son venerados como el elemento principal de la antes mencionada "religión", algo que ellos llaman "dioses". Sin embargo, referente a este tema, he podido captar el concepto de "ídolos", pero no lo he entendido muy bien. Los humanos se pelean, discuten, se agreden verbal y físicamente por este juego, por defender los intereses de un grupo de diez ó doce humanos (casi siempre de un mismo género de los dos únicos que se concentran en este planeta). No acabo de entenderlo y por eso creo que no merece la pena malgastar más recursos en este planeta. No creo que podamos extraer nada bueno de él. Mejor buscamos otro objetivo. Firmado: "Jason". [...]

Stuck in the mud

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Anoche era un poco más tarde de lo habitual cuando llegué al pub. Por supuesto no había ni una sola mesa libre, osada utopía. Tampoco un huequecito en la barra, ni un taburete disponible. Al final conseguí encontrar una rendija por donde solicitar mi consumición al hombre-barra. Y tras permanecer unos minutos de pie, en medio del paso de la gente, me armé de valor y me decidí a adentrarme en los más oscuros rincones del local. Por allí dentro rondé, ojo avizor, a la caza y captura de cualquier tipo de asiento, cualquier reposapompis que levantara más de tres palmos del suelo. Al final lo hallé, no era el sitio idóneo pero las condiciones no eran las propicias como para permitirse el lujo de un milagro. Me quedé entre la barra y la pared, dejando un pasillo por donde los demás clientes pudieran transitar. Pero éstos, los muy ladinos, se quedaban ganseando en ese hueco que un servidor generosamente dejaba encogiendo las rodillas y adoptando posturas del contorsionista más experimentado. El resultado era que la gente se quedaba atascada, provocando roces, empujones y vertimientos de bebidas varios. Y con un servidor en el meollo de la trifulca. Y porque mi vejiga se comportó, que si me veo en la necesidad de acudir al servicio y abandonar mi taburete, hubiera sido tremendo. Pa mear y no echar gota.

Do you speak English?

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Desde siempre me ha llamado la atención el poder de atracción que tengo. Para mi desgracia este poder es muy limitado y sólo consigo atraer a turistas extraviados. De todo tipo, nacionalidad y estrato social.

Algunos me preguntan directamente en inglés. Mi ciudad es ciertamente cosmopolita, pero no llega al nivel que permita presuponer a los foráneos que los autóctonos dominamos la lengua de Shakespeare. En estos casos, mi reacción es siempre la misma; a pesar de entender la pregunta, les digo que no, que no hablo inglés. La paradoja no es captada por mi interlocutor, cosa que no es de extrañar viniendo de alguien que enfunda con sandalias sus calcetines blancos.

No obstante, mi civismo me impulsa a responderles y orientarles, eso sí, en español (o castellano, tanto monta). Ellos se hacen los enterados y, sinceramente, me preocupa bien poco si he conseguido ayudarles. Prosigo mi camino con Pepito Grillo dándome palmaditas en el hombro.

Este curioso fenómeno también me ocurre cuando yo mismo soy el turista despistado. Por muy lejos que me halle de mi ciudad de origen, siempre me confunden con alguien del lugar y no dudan en preguntarme por dónde cae la estación de autobuses o la farmacia más cercana. En ocasiones decido humillarme y confesar mi verdadera identidad. Otras veces me invento el itinerario, amparado en la enorme improbabilidad de volver a coincidir en este pequeño mundo y que puedan reprocharme el embuste.

De vuelta a mi ciudad, hay días especialmente productivos en los que me veo en la obligación de atender las preguntas de dos y hasta tres transeuntes forasteros. En la misma jornada. Holandeses, italianos, moros, peruanos... Con o sin el mapa que les delata como turistas y a mucha honra, más lejos o más cerca de ese objetivo que buscan con tanto ahínco... Pero siempre acuden a mí a preguntarme. Debo tener cara de guía, o bien se me ve a la legua que soy del pueblo. Una vez lo comenté y me dijeron que tal vez sería porque tengo cara de buena persona. No sé si tiene algo que ver, pero es la razón que más me gusta.