Julio 2005 Archives

El Retrato

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Hace no mucho tiempo, una noche contemplé desde mi ventana la silueta de una persona, un especimen presumiblemente del género masculino, que se filtraba a su vez por la ventana de su vivienda. Me llamó la atención su hieratismo; lo primero que pensé fue, motivado también por el horario nocturno, que el hombre prestaba una pasmosa y fiel atención al programa de televisión que estaba visionando. También me chocó la vestimenta del individuo, compuesta de chaqueta y corbata (y, por una cósmica consistencia lógica aunque no llegué a verlos, pantalones). Me sobresaltó porque, a esas horas, sobre todo si te encuentras disfrutando del reposo vespertino, dicha indumentaria es poco frecuente.

Al día siguiente, sin recordar el extraño episodio del día anterior, volví a verlo. Con la misma ropa y en la misma posición, en aquella actitud de atención constante. Para colmo, y gracias a lo cual pude realizar tal descubrimiento, la estancia donde se encontraba el misterioso personaje se hallaba extremadamente iluminada, o tal vez con demasiada luz si se tenía en cuenta que la actividad que se estaba llevando a cabo allí era el seguimiento de un programa de televisión. Pude observar la presencia de al menos dos focos, que parecían enfocar, valga la redundancia, directamente a la efigie del presunto televidente.

Durante los días posteriores se repetía la misma historia. Incluso me asomaba tres ó cuatro veces la misma noche, a distintas horas, y el elegante sujeto no paraba de engullir basura televisiva. No me obsesioné, porque he visto cosas peores, pero sí mostré algo de inquietud al respecto. No obstante, mi ociosa capacidad deductiva me dio, por una vez, una explicación que arrojó algo de lógica a aquella extraña aparición. Porque por muy fiel que puedas mantenerte a la programación televisiva nocturna de cada día, se necesita alguna explicación más para comprender el hecho de permanecer constantemente en la misma postura, sin pestañear, y con un atuendo perenne, sea invierno o verano, y poco apropiado para el hogar y para el horario.

No lo sé con certeza, pero creo que el retratista se merece mi admiración por la verosimilitud de su arte y mi desdén por hacerme sentir un poquito idiota durante algunas jornadas.

Ayuda a los inventores

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En un afán altruista sin precedentes, voy a permitirme el lujo de facilitar la tarea a la materia gris de los inventores profesionales, cuyas proezas a menudo no son reconocidas y en cambio suponen un descomunal incremento en nuestro bienestar, describiendo tres posibles inventos, inéditos hasta la fecha según mis noticias. O en su defecto, plantearé las necesidades para que esas privilegiadas mentes encuentren el óptimo artilugio.

1er invento.
Verdad que resulta un engorro, tener que levantar y bajar la tapa del WC en función de si su uso va a ser masculino o femenino, o si la expulsión en cuestión se va a realizar en postura plantígrada o posando las posaderas? Los riñones de muchos ya no están para excesivos trotes y creo que no costaría demasiado instalar un botoncito, a una cómoda altura, que suba y baje la tapa. No considero que con este mecanismo el riesgo de accidentes aumente muy por encima del sistema de tracción manual actual.

2o invento.
Estamos en verano y entre nuestras frutas favoritas para estas fechas se encuentra la sandía. Roja por dentro, verde por fuera, húmeda y refrescante... y con centenares y centenares de pepitas. Si los japoneses han ideado un sistema mediante manipulación genética para que esta fruta salga en forma de cubo (de los hexaedros de toda la vida, de los que no sirven, por definición, para acarrear agua) y de esta forma facilitar su disposición en las estanterías de los supermercados... por qué no les quitan las dichosas pepitas? O por qué no inventa alguién algún gadget para quitarlas automáticamente y con soltura, sin tener que escupirlas cual metralleta?

3er invento.
Muchas veces la urgencia nos desborda y, una vez dentro del cuarto de baño y cuando nos disponemos a iniciar la faena, nos damos cuenta de que nos hemos olvidado el elemento imprescindible de lectura que distraiga nuestro cerebro mientras otros músculos situados en las antípodas realizan su función. Cual es la solución más habitual, el recurso más utilizado por todo ser humano? Leer la etiqueta del champú. A menudo no logro explicarme cómo no somos todos los ciudadanos unos expertos en la composición y las aplicaciones del champú, tanto que nos hemos instruido al respecto. Para dedicar el poco tiempo que leemos, y que me perdonen los que redactan las etiquetas del champú, a algo más interesante, propondría que las botellas de dicho producto adjuntaran textos relacionado con otros temas: alguna novela breve, artículos periodísticos, cartas al director... incluso cómics, las posibilidades son enormes. Esto supondría un aumento en el precio, por el tema de los derechos de autor y esas cosas, pero creo que todos saldríamos ganando; o al menos saldríamos del baño un pelín más cultos.

Allí se hallaba, Sir Howard, al frente del castillo del malvado dragón. Por fin lo había logrado y esta vez parecía que era la definitiva. Sólo le quedaban los dos últimos obstáculos...

El interior del castillo estaba deshabitado, cosa que no podía decirse del profundo foso que lo rodeaba. Allí se acumulaba toda una fauna de lo más temible: pirañas, caimanes, escorpiones acuáticos y tortugas carnívoras. Todo un bicherío adecuadamente entrenado para no mutilarse mútuamente y reservar su voracidad para los insolentes aventureros que osaran penetrar en la guarida.

La apuesta fue arriesgada, pero Sir Howard logró atravesar el foso con rapidez, gracias a una misteriosa cuerda que su amigo, el fakir brasileño-libanés Alí Manha, se dejó olvidada en su casa una noche que vino a ver un partido. Agraciada fue la decisión por parte del caballero de cargar con ella en el macuto. Así pues, Sir Howard lanzó la cuerda de Alí Manha y logró engancharla en la azotea. Después de aquello, el acceso al castillo era demasiado fácil y hasta el caballero de Adesehelegham no lograba dar crédito a los acontecimientos.

Una vez en el interior del castillo, pasaron unas horas hasta que dio con la alcoba donde la princesa era retenida. El castillo era gigantesco y cuando tuvo delante a su principal inquilino, comprendió la razón de dicha envergadura y del color tostado de las cortinas.

Frente a frente con el dragón, Sir Howard y el bicho dirimieron una feroz contienda, el caballero esquivando las llamaradas del dragón, y éste utilizando sus escamas para esquivar las acometidas de aquél con su espada. Finalmente, tras un combate agónico, Sir Howard logró acertar en la región de la piel del dragón desprovista de escamas y de esta forma dio fin a la vil existencia de aquel ser maligno.

Casi no se lo podía creer. Después de cinco meses de infructuosa búsqueda, de cientos de agonías y de una insportable incertidumbre, Sir Howard de Adesehelegham había logrado encontrar a su princesa, en aquel tenebroso y contradictorio reino de Telev Hónica.

Y, al menos momentáneamente, fueron felices y comieron perdices. Crucemos los dedos.

FIN

La España Casposa

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Permítanme un paréntesis en el relato de las excitantes aventuras de Sir Howard para que pueda comentar un insignificante descubrimiento que ha sembrado mi alma de dudas, decepción y melancolía.

Aparentaba yo un talante tan ufano cuando adquirí el juego para PC denominado "Pro Evolution Soccer 4"; mis ilusiones cual niño en la Noche de Reyes estaban rotundamente fundadas: el juego es excelente y supera todas las expectativas posibles. Sin embargo. toda la moral que había acumulado, y que iba in crescendo a medida que avanzaba por los numerosos menús del juego, se fue al traste en forma de enorme varapalo en el momento de asistir al primer partido y permitir a mis inocentes oídos comprobar cómo los comentaristas eran ni más ni menos que... Juan Carlos Rivero e Iñaki Cano!!!

El susto fue mayúsculo en un principio, anunque luego fue atenuado en parte, porque mis temores se hicieron superlativos al creer, en el momento de toparme con el señor Rivero, en el colmo del morbo y la perversidad, que el comentarista no iba a ser el señor Cano, sino el señor Miguel González, más conocido como "Míchel", flamante entrenador del Rayo Vallecano y expiación a nuestras penurias durante más de diez años de retransmisiones futbolísticas.

Aparte de las deficiencias técnicas de los comentarios, solamente achacables a los programadores ("ha sido un gol por toda la escuadra" proclama el señor Rivero, cuando ha sido un disparo tan raso que no va a ser necesario el uso del cortacésped en unos días), resulta espeluznante a la vez que desmotivador disfrutar de un excelente juego soportando los absurdos comentarios y los sinsabores de estos reporteros que llevan más tiempo en Televisión Española que Carrillo en el partido comunista. La juventud, colectivo al que aspiro a pertenecer, anhela algo más moderno que el mostacho, cual Señor Súper, pelirrojo y teñido por infinidad de Ducados del señor Iñaki Cano.

Tras la enorme decepción cosechada en Telev Hónica, nuestro héroe se dirigió hacia la incipiente y moderna Región de Ahüna, toda una incógnita en sus avatares como caballero.

En las afueras del pueblo, conoció al troll Statuscúo, fornido y de piel oscura, que mostró una extrema amabilidad hacia Sir Howard, pero también utilizaba un lenguaje algo confuso y ambiguo que hizo que el caballero albergara dudas sobre el éxito de su empresa. Statuscúo le confesó, o al menos eso le pareció a nuestro protagonista, que no iba a ser fácil, ya que se decía por aquellos lares que el dragón era muy poderoso y su aliento de fuego era terrible para todo aquel que osara adentrarse en su guarida.

Tras descifrar todo lo que el troll le quería decir, Sir Howard aceptó su ayuda. Ambos pusieron manos a la obra, cabalgando a lomos de Pericus en el caso del caballero o mediante el trotar de los nudillos sobre el suelo en el caso del troll. Lo cierto es que las dificultades de dicción de Statuscúo añadieron una dificultad más a las ya existentes y la voluntariosa tarea que compartían fue a todas luces estéril. Por tres veces creyó Sir Howard haber encontrado el castillo del dragón, pero fueron falsas alarmas. El dragón parecía estar lejos, muy lejos...

Asqueado de los habitantes de Ahüna, los cuales poca ayuda le habían prestado, salió al galope de aquel Reino, no sin antes saquear unas cuantas granjas y empalar con crueldad a dos granjeros y una vaca. Desde aquel sangriento episodio de ira, Sir Howard de Adesehelegham es recordado como un monstruo en toda la provincia, y su leyenda pervive aún en nuestros días.

La historia circuló por toda la región, y llegó a oídos del mago Winston Warlock. Éste vivía en una choza del bosque del Principado de Telev Hónica, condenado por el juez Gastón al más macabro de los ostracismos. No obstante, los pajarillos del bosque, y algún que otro mapache tuerto, le mantenían al corriente de las últimas noticias. De esta forma fue como Warlock conoció a Sir Howard. Aquél le reveló que las aparentemente falsas informaciones del gnomo Neptunius tenían su transfondo de verdad y que el castillo del dragón que tenía a su princesa capturada no se encontraba lejos de allí.

Con moderado entusiasmo, aunque con mayor incredulidad, Sir Howard aceptó los consejos de Warlock a cambio de un precio bastante alto: ocho días sin poder sentarse. Desde aquel día, el juez Gastón se ganó respeto eterno por parte del caballero, al haber castigado con aquella eremita situación al depravado Winston Warlock.

Tras el desagradable episodio, Sir Howard esperó que hubiera valido la pena. El camino fue largo, más todavía al no poder montar a Pericus; sin embargo, un duendecillo que encontró peleándose por una bellota con una ardilla (o al menos eso fue lo que quiso pensar Sir Howard acerca de la curiosa actitud de ambos seres) le hizo concebir esperanzas al confirmarle que su ruta era la correcta. El duendecillo, de nombre Ké y gran aficionado a las conjunciones copulativas, tanto gramaticales como fisiológicas, le dio un mapa del bosque a cambio de que no contara a nadie el incidente con la ardilla. Se ve que estaba muy mal visto robar bellotas a las ardillas (ésa fue la cándida conclusión a la que llegó Sir Howard).

Con gran alegría recibió nuestro héroe el mapa. En él venía detallado hasta el mínimo detalle y a través de él supo que el castillo del malvado dragón no estaba tan lejos como creía.

Continuará (y acabará)...

Caminaba errático nuestro caballero andante Sir Howard de Adesehelegham en busca de su princesa, secuestrada por un malvado dragón en un castillo cuya ubicación desconocía.

Con todo el Reino por explorar, decidió adentrarse en el Principado de Telev Hónica, el más poderoso de la región, donde seguro encontraría a alguien que pudiera informarle del paradero de su amada.
Allí le atendió el gnomo Neptunius, el cual le aseguró sin vacilación que la princesa se encontraba casualmente en aquel condado. El gnomo mostraba una gran certeza en sus declaraciones; incluso le prometió que él mismo se la traería a sus brazos en menos de dos semanas. Sin embargo, durante casi dos meses, Sir Howard estuvo vagando estérilmente por aquellos parajes sin encontrar ni rastro de la moza, y sin recibir más avisos ni consejos por parte de Neptunius. Tal fue la magnitud de la afrenta que el caballero optó finalmente por cancelar la búsqueda, no sin antes degollar a Neptunius por traición y por difundir falsos testimonios e ilusiones. La moral de Sir Howard había caído, pero todavía guardaba algún resquicio de esperanza.


Continuará...