Tras la enorme decepción cosechada en Telev Hónica, nuestro héroe se dirigió hacia la incipiente y moderna Región de Ahüna, toda una incógnita en sus avatares como caballero.
En las afueras del pueblo, conoció al troll Statuscúo, fornido y de piel oscura, que mostró una extrema amabilidad hacia Sir Howard, pero también utilizaba un lenguaje algo confuso y ambiguo que hizo que el caballero albergara dudas sobre el éxito de su empresa. Statuscúo le confesó, o al menos eso le pareció a nuestro protagonista, que no iba a ser fácil, ya que se decía por aquellos lares que el dragón era muy poderoso y su aliento de fuego era terrible para todo aquel que osara adentrarse en su guarida.
Tras descifrar todo lo que el troll le quería decir, Sir Howard aceptó su ayuda. Ambos pusieron manos a la obra, cabalgando a lomos de Pericus en el caso del caballero o mediante el trotar de los nudillos sobre el suelo en el caso del troll. Lo cierto es que las dificultades de dicción de Statuscúo añadieron una dificultad más a las ya existentes y la voluntariosa tarea que compartían fue a todas luces estéril. Por tres veces creyó Sir Howard haber encontrado el castillo del dragón, pero fueron falsas alarmas. El dragón parecía estar lejos, muy lejos...
Asqueado de los habitantes de Ahüna, los cuales poca ayuda le habían prestado, salió al galope de aquel Reino, no sin antes saquear unas cuantas granjas y empalar con crueldad a dos granjeros y una vaca. Desde aquel sangriento episodio de ira, Sir Howard de Adesehelegham es recordado como un monstruo en toda la provincia, y su leyenda pervive aún en nuestros días.
La historia circuló por toda la región, y llegó a oídos del mago Winston Warlock. Éste vivía en una choza del bosque del Principado de Telev Hónica, condenado por el juez Gastón al más macabro de los ostracismos. No obstante, los pajarillos del bosque, y algún que otro mapache tuerto, le mantenían al corriente de las últimas noticias. De esta forma fue como Warlock conoció a Sir Howard. Aquél le reveló que las aparentemente falsas informaciones del gnomo Neptunius tenían su transfondo de verdad y que el castillo del dragón que tenía a su princesa capturada no se encontraba lejos de allí.
Con moderado entusiasmo, aunque con mayor incredulidad, Sir Howard aceptó los consejos de Warlock a cambio de un precio bastante alto: ocho días sin poder sentarse. Desde aquel día, el juez Gastón se ganó respeto eterno por parte del caballero, al haber castigado con aquella eremita situación al depravado Winston Warlock.
Tras el desagradable episodio, Sir Howard esperó que hubiera valido la pena. El camino fue largo, más todavía al no poder montar a Pericus; sin embargo, un duendecillo que encontró peleándose por una bellota con una ardilla (o al menos eso fue lo que quiso pensar Sir Howard acerca de la curiosa actitud de ambos seres) le hizo concebir esperanzas al confirmarle que su ruta era la correcta. El duendecillo, de nombre Ké y gran aficionado a las conjunciones copulativas, tanto gramaticales como fisiológicas, le dio un mapa del bosque a cambio de que no contara a nadie el incidente con la ardilla. Se ve que estaba muy mal visto robar bellotas a las ardillas (ésa fue la cándida conclusión a la que llegó Sir Howard).
Con gran alegría recibió nuestro héroe el mapa. En él venía detallado hasta el mínimo detalle y a través de él supo que el castillo del malvado dragón no estaba tan lejos como creía.
Continuará (y acabará)...
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