Junio 2006 Archives

Ampliación de las Instalaciones

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El pequeño diablo Fragus, con sus habituales calzones blancos como único atuendo, acudía raudo hacia el lugar donde le había citado el Gran Jefe. El asunto parecía urgente; lo más aconsejable en estos casos era no poner a prueba la paciencia, ya escasa en condiciones normales, del Supremo Jefe de los Infiernos.

Fragus era un humilde funcionario. Sus tareas en aquella enorme multinacional pertenecían a la índole administrativa. Por tanto, rara era la vez que su presencia era requerida con urgencia, y más rara aún que fuera solicitado por el Gran Jefe. Sin embargo, había sido personalmente Lucy, Su fiel siervo (y dicen las malas lenguas -abundantes en Avernos, S.A., incluso más que en cualquier oficina que se precie- Su súcubo) quien le había telefoneado.

Lucy (como habrán adivinado, hipocorístico de Lucifer) le estaba esperando en la puerta del despacho. Aquella mañana se había decor... pintado los labios con un carmín tan intenso que destacaba incluso sobre su piel atomatada. El Rimmel(c) de sus ojos también era digno del persianista más osado. Lucy no le invitó a entrar en el despacho; más bien le empujó en su interior.

Y allí estaba Él. Era su primer encuentro personal. Tantas noches adorando el póster de Su Efigie que presidía su dormitorio, deleitándose con los anuncios de cuchillas de afeitar que protagonizaba, desayunando con los cereales en los cuales habían logrado insertar en la incómoda caja esa misma Efigie... Satán siempre había mostrado una predilección especial por las incomodidades de la cajas de cereales; al fin y al cabo, como los plásticos protectores de los CD's, había sido invención Suya.

A Fragus le temblaban las piernas. Apenas medía poco más de metro y medio y se hallaba ante una Mole de casi tres metros. La visión de las Sagradas Rodillas de Satán le impresionaba. Por eso no se atrevía a alzar la mirada, por lo que pudiera encontrar más allá de las Sagradas Rodillas. Malditos rumores de Avernos, S.A....

Por fin el Gran Jefe le saludó. Con un salto visual descomunal, Fragus le devolvió el saludo y dirigió su mirada hacia Sus Ojos, enormes como pelotas de baloncesto. Le reconfortó el asegurarse de que aquellas bolas de básquet eran Sus Ojos. Tras cruzarse las miradas, encontronazo donde las pelotitas de ping-pong de Fragus casi salen despedidas, Satán procedió a exponerle el asunto por el cual había solicitado su presencia.

-Fragus, el Infierno se nos está quedando pequeño. Demasiadas almas para demasiado poco espacio. Los Incineradores no dan abasto y las reservas de combustible que hacen mantener vivo el fuego se están agotando. La mano de obra nos sale barata, es cierto, pero nos falta materia prima. Nuestras limitaciones no son temporales, bien lo sabes, pero tenemos serias restricciones espaciales.

-Lo sé, Alteza, llevamos meses viviendo, valga la paradoja, al límite. En ocasiones ya no sabemos qué hacer. Incluso hemos tenido que denegar la entrada a Pinochet, Castro y Di Stéfano, quienes llevan lustros pidiendo su ingreso en nuestra Ilustre Sede.

-Debemos buscar una solución, mi querido Fragus. Mis espías me han remitido informes de que en el Cielo, San Pedro posee unas parcelitas que apenas usa y que están tristemente desocupadas. Allí podríamos ubicar los nuevos fichajes, incluso nos quedaría espacio para que Haro Tecglen y Campmany pudieran jugar sus partiditas de mus. Estoy un poco harto de oir sus exabruptos mientras me tomo el vermut, y así los tendría lejos.

-Con el debido respeto, Majestad... me está sugiriendo que adquiera esas parcelas a Paraísos, S.A.?

-Por que no? Es importante que no muestres excesivo interés, porque si detectan nuestras necesidades, nos lo pondrán más caro de lo debido. Y no puedo volver a romper mi hucha de cerdito.

Fragus asintió y, tras consumar la protocolaria reverencia, salió cabizbajo de la estancia. Comprar terrenos sembrados de arpas y nubes de algodón al usurero de San Pedro... menuda faena.

Yo quiero uno!!!

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La Raza de los Bie Hoss

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En el lejano planeta Celedonia habita una raza muy particular: los Bie Hoss. Su procedencia original es un auténtico enigma, si bien de todos es sabido que la forma que tienen de propagarse es mediante la absorción del cuerpo y la mente de individuos de otras razas. Para alcanzar su objetivo, para dominar de manera parasitaria a la otra especie, únicamente requieren tiempo, muchos años e incluso lustros, pero su innegable ambición y su enorme paciencia les permite integrarse en el interior de sus víctimas con un porcentaje de fracaso prácticamente nulo.

Físicamente son endebles y tienen una elevada tendencia a la adopción de enfermedades. Además, en muchos casos, su capacidad intelectual también se halla seriamente mermada. Sin embargo, estas deficiencias son suplidas por su agrio carácter, sus ansias de poder y su gran número; en este último aspecto, es necesario recalcar que estamos ante la raza más numerosa de todo el planeta, lo que unido a una fortaleza que aumenta en cada generación y a la negligente actitud del resto de razas, provoca que la amenaza que suponen deba ser tenida en cuenta.

El trabajo no existe en su cultura; por consiguiente, el ocio les consume de tal forma que el aburrimiento residual les conduce a seguir conductas absurdas para el resto de mortales. Por ejemplo, el visionado de construcciones o un extraño juego de fichas con puntitos constituyen un irresistible pasatiempo para ellos.

También les agrada erigirse en legítimos invasores de los transbordadores interurbanos; las trifulcas reiteradas con el piloto les supone un apasionante reto en su cotidianidad y un estímulo irrefrenable a sus más bajos instintos. También disfrutan exhibiendo su aparente debilidad física ante situaciones que sólo los Bie Hoss consideran injustas, para luego, con el enemigo con las defensas bajas, mostrar su verdadera faz y atacar sin cuartel al Ho-Beng o al Xabb A'lin más desprotegido que osa toparse en su camino. Esto demuestra la belicosidad que subyace en su frágil apariencia.

Son peligrosos los Bie Hoss. Y cada vez son más. Y lo peor de todo es que el resto de razas estamos predestinados; si no fenecemos en la lucha, acabaremos irremediablemente siendo uno de ellos.