Allí se hallaba, Sir Howard, al frente del castillo del malvado dragón. Por fin lo había logrado y esta vez parecía que era la definitiva. Sólo le quedaban los dos últimos obstáculos...
El interior del castillo estaba deshabitado, cosa que no podía decirse del profundo foso que lo rodeaba. Allí se acumulaba toda una fauna de lo más temible: pirañas, caimanes, escorpiones acuáticos y tortugas carnívoras. Todo un bicherío adecuadamente entrenado para no mutilarse mútuamente y reservar su voracidad para los insolentes aventureros que osaran penetrar en la guarida.
La apuesta fue arriesgada, pero Sir Howard logró atravesar el foso con rapidez, gracias a una misteriosa cuerda que su amigo, el fakir brasileño-libanés Alí Manha, se dejó olvidada en su casa una noche que vino a ver un partido. Agraciada fue la decisión por parte del caballero de cargar con ella en el macuto. Así pues, Sir Howard lanzó la cuerda de Alí Manha y logró engancharla en la azotea. Después de aquello, el acceso al castillo era demasiado fácil y hasta el caballero de Adesehelegham no lograba dar crédito a los acontecimientos.
Una vez en el interior del castillo, pasaron unas horas hasta que dio con la alcoba donde la princesa era retenida. El castillo era gigantesco y cuando tuvo delante a su principal inquilino, comprendió la razón de dicha envergadura y del color tostado de las cortinas.
Frente a frente con el dragón, Sir Howard y el bicho dirimieron una feroz contienda, el caballero esquivando las llamaradas del dragón, y éste utilizando sus escamas para esquivar las acometidas de aquél con su espada. Finalmente, tras un combate agónico, Sir Howard logró acertar en la región de la piel del dragón desprovista de escamas y de esta forma dio fin a la vil existencia de aquel ser maligno.
Casi no se lo podía creer. Después de cinco meses de infructuosa búsqueda, de cientos de agonías y de una insportable incertidumbre, Sir Howard de Adesehelegham había logrado encontrar a su princesa, en aquel tenebroso y contradictorio reino de Telev Hónica.
Y, al menos momentáneamente, fueron felices y comieron perdices. Crucemos los dedos.
FIN
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