Ya no quedan héroes como los de antes. Los de ahora son tan frágiles como efímera es su heroicidad. Su objetivo es algo que ellos llaman ética (y que al parecer, se trata de una idea abstracta que sólo ellos conocen), en lugar de la fama y la riqueza, la gloria. Sus actos son cuidadosamente meditados, buscando el mayor provecho a través de la acción más liviana. Sin derramar ni una gota de sangre, sin exhibiciones gratuitas, sin violencia, sin generar odio, envidia o pavor entre sus enemigos y buena parte de sus aliados.
La presunta gloria conseguida por el héroe de hoy le concede un estatus que le hace innecesaria la sucesión de actos heroicos y que no le espere otra cosa que un lecho de laureles. En esta sociedad tan falta de héroes, de los de ayer, pero también de los de hoy, la presencia de uno es muy destacada y destacable. Por eso la jactancia no es necesaria, ya recibe los vítores necesarios para colmar su ego. Sin llegar a la idolatría como antaño, faltaría más, que no está el horno para bollos.
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