El otro día me disponía a escribir unas líneas cuando, al poco de empezar, noté cómo la barraespaciadoraserebelaba.
Lamásgrandedesuclasehabíaadoptadounaposturadefuerzaquemeobligóaactuar.
La arranqué con la ayuda de una pequeña navaja y estupefacto comprobé cómo su extraño comportamiento no respondía a un aliento de vida recibido de un cortocircuito, sino a la absurda presencia de media cáscara de pistacho debajo de ella, corroborando las nociones más básicas de mi Física de bachillerato y destrozando mis esperanzas de un encuentro paranormal.
Tal hallazgo estimuló mi curiosidad y comencé a indagar. Las teclas de función, vírgenes e impolutas, guardaban su esplendor inicial. Sin desgastes, tampoco habían sido liberadas digitalmente de la roña acumulada por el paso del tiempo, lo que les otorgaba una presencia de vetusto resquicio arqueológico, deteriorado por el paso del tiempo más que por el uso y abuso.
El "Enter" ya me dio más problemas.
Siendo una tecla tan importante, era crucial mantener su estado en óptimas condiciones.
No obstante, tras un exhaustivo escrutinio, descubrí horrorizado como una pelusa malévola la había quasiadherido a la base de forma que cada vez que la presionaba, dicha presión se prolongaba unos segundos.
La pelusa fue aniquilada y pude disponer del "Enter" para concluir mis párrafos con mi brillantez acostumbrada.
Especial conflicto tuve con las dudosamente útiles jorobas de la "F" y la "J". Bien pensado está disponer de esas referencias táctiles, siempre y cuando podamos asegurar con certeza que el subconsciente reconoce en milésimas de segundo esas protuberancias mientras aporreamos el teclado con las aptitudes mecanográficas adquiridas gracias a un Sinclair ZX Spectrum, de 48K y teclas de goma.
Levanté unas cuantas teclas al azar y descubrí toda una jungla de cabellos; como mi esperanza y mi deseo eran que procedieran de la cabeza y que fueran producto de mi galopante alopecia, mi estupor fue supremo al intentar establecer una relación causa-efecto a la presencia de dichos cabellos en el interior del teclado. También deduje horrorizado que la proliferación de parte de mi cabellera podía conllevar, en armoniosa simbiosis, su acompañamiento de partículas de caspa.
Migas de pan y pellejo de salchichón conformaron el resto de la flora y fauna que pude desenterrar en el análisis arqueológico de mi teclado.
En cuanto me agencie un microscopio, me froto las manos al pensar que voy a ser el descubridor, casi involuntario, de micro(y no tan micro)organismos hasta ahora inéditos incluso para los más sesudos científicos.
Leave a comment