Puede actuar en grupo, aunque es igual de letal o más en solitario. Se mueve con la impunidad de la noche y su único rastro son sus crímenes. Es despiadado, voraz, mezquino e insaciable. Se puede permitir escoger a sus víctimas entre millones de candidatos. Además, posee un instinto que le permite rechazar a aquellos individuos que no satisfarán su apetito. Su huella es indeleble durante varios días y, la tortura que padecen los que sufren su ira, insufrible. Es capaz de encolerizar al más dócil y de desmoralizar al más valeroso.
Se imaginan ustedes lo que pasaría si, por aquello de la selección natural y la evolución de las especies, los mosquitos fueran capaces de desarrollar cierto grado de inteligencia? Unos insectos que se adaptan a las insalubres condiciones de las ciudades, con cierta pericia podrían regatear los ridículos intentos de los inofensivos humanoides de aplastarlos con una zapatilla. Crecerían en tamaño y en poder y se reproducirían a la misma velocidad que sus primas las cucarachas. Se acabarían adaptando al frío y al hedor del DDT. Los humanos, debilitados físicamente y con la moral a la altura del betún, serían víctimas propiciatorias de la nueva raza superior.
Lamentablemente esto tiene muy poco de ciencia-ficción; está sucediendo ahora mismo en África con la malaria.
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