Una reunión de cinco viejos amigos. Ellos son viejos, así como su amistad. Tras mucho de no verse, es inevitable contarse qué ha sido de su vida en los últimos tiempos.
Armando empieza:
-Las ovejas no paran quietas. No dejan de escaparse hacia el monte y esconderse entre los árboles cuando atisban un bosque. Les gusta hacerme rabiar, y eso que son conscientes de que no lo van a conseguir, ya que mi amo me vacunó hace dos años.
-Pues a mí me va bastante bien con mi dueño -prosiguió Benigno-. Me trata muy bien. Tiene mucha confianza en mí, en mis ojos, y se fía de la senda que le elijo para llegar allá donde quiere. Es duro, sobre todo por los coches y los peatones incívicos, pero las muestras de agradecimiento de mi amo compensa cualquier penuria.
-Yo también estoy orgulloso de mi trabajo -comentó Carmelo-. Es igualmente duro ir cargando con el barril de brandy colgado del cuello y especialmente encontrar a los excursionistas perdidos o enterrados en tan difíciles condiciones, pero, os confieso, hay momentos en que uno se siente un héroe.
-Pues mi jefe me exige cada día más -se quejó Demetrio-. Debo encontrar todas las codornices y liebres a las que logra dar en el blanco, pues el muy puñetero lleva la cuenta a la perfección. Si no es así, me reduce la ración del rancho.
-Sinceramente, no comprendo del todo vuestras quejas -le tocó el turno a Eduardo-. Mi dueña me lleva a la peluquería y a la paticura, me compra mis vestiditos y comida sana y nutritiva, me deja aparearme con las mejores hembras del barrio y me saca a hacer mis necesidades cuando a mí me interesa, aunque ella deba madrugar más de lo necesario. Lo que no entiendo tampoco, debo reconocerlo, es por qué en ocasiones alguien me llama "perro"...
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