No son demasiado insólitos aquellos días en los que, a pesar de amanecer soleados y radiantes, de repente comienza a llover. Al fin y al cabo, hasta un aspirante a Drag Queen puede ejercer de meteorólogo. Lo que nos resulta más difícil de explicar es el hecho de que, aun estando igualmente informados que el resto de ciudadanía, nosotros somos los únicos a los que el repentino chaparrón les ha pillado sin paraguas.
Cómo es posible que, si por la mañana hacía un sol de justicia, la gente con la que nos cruzamos en la calle ya ha sido suficientemente previsora y luce orgullosa su paraguas? Porque es imposible que les haya dado tiempo a pasar por casa a recogerlo. En ese caso, nosotros también llevaríamos uno.
No tiene una explicación racional. El responsable de toda esta extraña y confusa situación es Trusku, el Duende de los Paraguas.
Es una criatura antropomórfica, de pequeña estatura, apenas unos diez centímetros. Es muy rápido y con una fuerza suficiente como para acarrear varios paraguas simultáneamente. Suele vivir en las grandes ciudades y su presencia es más habitual las temporadas de clima inestable (1). Su aspecto es amable, incluso simpático, aunque prefiere pasar inadvertido y son escasos los humanos conocedores de su existencia.
La tarea principal de Trusku es hacer que aparezcan paraguas en los días que no amenaza lluvia. Y proporcionárselos a todo el mundo, excepto a nosotros. Esto incrementa nuestra sensación de ridículo e impotencia, por eso no podríamos calificar a Trusku como un duende bondadoso.
Otro de los poderes de este duende gamberro es incitar a las personas que llevan paraguas a enfatizar su protección circulando por la parte interna de la acera, bajo los balcones, para que los pobres desgraciados que, siguiendo el consejo del Hombre/Mujer/Bicho Raro del Tiempo han dejado el paraguas en casa, sufran sobre sus espaldas el desplome del H2O atmosférico.
Los días que, esquivando las argucias de Trusku, nos hemos provisto de paraguas, el duende tiene prevista otra jugarreta para nosotros; nos oculta dicho utensilio de manera que nos resulta extremadamente fácil olvidarnos de él. Así, si cuando salimos a la calle sigue lloviendo, el recuerdo es automático y la faena de Trusku sólo consiste en hacernos volver a recogerlo. En cambio si no llueve, habremos olvidado el paraguas allá donde lo dejamos y no podremos recuperarlo hasta el día siguiente. Eso sí, ese día será caluroso y con un sol resplandeciente, lo que no hará otra cosa que aumentar nuestro bochorno al pasear el paraguas por doquier.
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(1) Cuando no sabes si agarrar o no el paraguas.
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