Fue todo muy deprisa, demasiado para alguien tan poco aficionado a las series como yo. No me confieso como un devorador de series, ni mucho menos. Antes lo era menos, ahora tampoco lo soy tanto. Debo reconocer que la posibilidad de poder visionar los capítulos a través del Dvd ha sido determinante; nunca me ha gustado estar sujeto a las veleidades de los programadores televisivos, ni a la dictadura de los cortes publicitarios. Esta antigua situación era, a grandes rasgos, lo que me retraía.
La cosa ha cambiado. Poder ver cuando se te antoje, cuanto se te antoje es muy atractivo. Sobre todo en aquellas series con cierta continuidad argumental entre capítulos. Porque para mí, las series son eso, una serie de acontecimientos que, hilvanados, componen un hilo argumental. No me hacen gracia aquellas en las que, al final del capítulo, para no crearnos desasosiego, todo vuelve como al principio, a la normalidad, por muy sugerente que sea el planteamiento o los personajes.
Y ahí radica el éxito que han tenido para mí series como Lost, Heroes o la que nos ocupa, Prison Break.
Me habían hablado bien de ella y yo estaba en una situación de pseudoorfandad tras el final de la segunda temporada de Perdidos. Así que, rompiendo la tendencia que me llevaba a visionar únicamente series de ciencia ficción, y prescindiendo del prejuicio acerca de las historias de fugas de prisiones, me decidí a intentarlo. Tenía toda la primera temporada en Dvd, así que las condiciones eran las óptimas.
Ya en los primeros capítulos, se rompe con el tópico antes mencionado de las historias de presos. Te das cuenta de que va a ser una historia diferente. O tal vez no, es posible que lo de meter a un tío con un mínimo de seso entre tanto troglodita entre rejas sea una fórmula infalible. El caso es que con Prison Break funciona.
La de los tatuajes es una idea muy brillante, muy destacada al principio pero infrautilizada más adelante. Da la sensación de que se vuelven a acordar del bloc de notas del plan de Michael Scofield al principio de la segunda temporada. Pero por otro lado, si explotas demasiado las buenas ideas, pueden correr el riesgo de dejar de serlo.
Otro gran logro de esta serie es la definición tan precisa de los personajes, algo fundamental en cualquier historia. En pocos capítulos están perfectamente caracterizados y conocemos perfectamente su forma de ser y actuar, lo que no está exento de poder llevarnos más de una sorpresa: el recalcitrante mafioso con sentimientos Abruzzi; el repugnante T-Bag, para mí el mejor personaje de la serie, un villano ambiguo que en algunos pasajes me recuerda a Gollum (llámenme friki si lo desean); el noble y mártir Sucre, un hombre con principios, bueno, con un sólo principio, la nota acaramelada de la historia; el terrible Bellick, solterón que vive con su madre y que en la segunda temporada cambia totalmente el rol, lo que aumenta sin duda el atractivo de su personaje; y la doctora Tancredi, que se ve involucrada sin comerlo ni beberlo y que constituye la heroína (o especie de) de la historia.
Los personajes de "fuera" quizá no enganchan tanto, no nos sentimos tan identificados con ellos. La trama que "circunda" las peripecias de los reclusos también es interesante, pero no es lo que le da tan buena nota a la serie. Lo que nos atrae, nos conquista en definitiva, es indudablemente la trama dentro de la prisión.
Somos perfectamente conscientes de la fórmula que utilizan los guionistas en este tipo de series: incluso en los capítulos más intrascendentes, donde no parece suceder nada, existe el recurso de dejar un acontecimiento inesperado y a veces inconcluso para el final, de manera que nos cree la necesidad imperiosa de visionar el siguiente capítulo. Nosotros lo sabemos, pero igualmente mordemos el anzuelo.
Empecé a ver Prison Break mientras esperaba la emisión de la tercera temporada de Perdidos. Pronto me dispondré a ver la tercera de Perdidos mientras espero la tercera de Prison Break.
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