Death Proof

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Justo en una peli con coches como protagonistas, Tarantino se ha quedado sin gasolina. Death Proof, como ustedes sabrán, consiste en el 50% de un proyecto medio frívolo medio nostálgico junto a su inseparable Robert Rodríguez llamado Grindhouse.

Sobre el acierto del proyecto tengo sentimientos contradictorios. Por una parte, todas las ideas originales y atrevidas, aquéllas que rompen con los cánones hollywoodienses, me parecen interesantes. Y, sin duda, Tarantino y Rodríguez hacen gala de las gónadas suficientes para llevarlas a cabo. No obstante, no nos engañemos, por muy enormes que sean las dimensiones testiculares de estos dos sujetos, el hecho de contar con una legión de fans compuesta de cinéfilos novicios, frikis contradictoriamente alternativos, amantes del gore e individuos aún en estado de shock tras la mutilación auditiva perpetrada por Michael Madsen en Reservoir Dogs, este hecho repito, junto al favor, incomprensible a veces, de la crítica, supone un quitamiedos excelente para lanzarse al vacío que supone emprender una producción que cualquier productor cinematográfico nos rechazaría sin dudar al resto de terrícolas.

Por otro lado, siempre es deseable una mejor calidad en las películas. El 50% de Rodríguez, llamado Planet Terror, sin ser excelente, cumple el propósito de entretener a todo aquél que sabe qué tipo de película va a ver. Es más, reconozco que el gore agridulce de Rodríguez me sigue pareciendo gracioso.

Pero Death Proof no es, artísticamente hablando, tolerable. A los fans INCONDICIONALES (sí, en mayúsculas) de Tarantino les habrá encantado, porque contiene los dos ingredientes básicos de la coctelera del director, diálogos y violencia, y a su más puro estilo. Precisamente por esto, notamos cómo la fórmula que tan bien ha funcionado (en media docena de películas solamente, eso sí) empieza a perder frescura. Le sucede como a un equipo de fútbol que juega muy bien y siempre gana, pero en todos los partidos juega igual. Al final sus rivales se aprenden de memoria su estilo y ya no le resulta tan fácil la victoria.

Parece que a Tarantino, para dotar de éxito su película y, simultáneamente, seguir cultivando su status de director de culto, le basta con los siguientes componentes en su fórmula:
a. Que en los créditos aparezca el nombre de Quentin Tarantino. Imprescindible.
b. Que el mismo señor Quentin Tarantino aparezca en un papel secundario, obligatoriamente de talante cómico, para el deleite orgásmico de unos fans incapaces de valorar cualquier don interpretativo.
c. Inclusión de personajes/elementos de producciones anteriores, así como una estrella mítica del celuloide semiolvidada (John Travolta, David Carradine, Kurt Rusell) y descubrimientos de nuevos talentos los cuales, segurísimo, se convertirán en cotizadísimas estrellas a partir de ahora.
d. Diálogos surrealistas, alrededor de una mesa o dentro del coche, sin ninguna trascendencia para la trama pero interesante para el trabajo de campo de contrastar cuántos "fuckings" puede exhalar una boca humana.
e. Violencia, aunque más sutil y con más moderación (lo que no implica "mejor") que la que usa Robert Rodríguez para dotar de identidad a sus obras.

En su última película, el de Knoxville, Tennessee, usa y abusa estos elementos hasta el paroxismo, pero prescindiendo de una premisa para todo cineasta: la necesidad de contar una historia.
No creo que suponga un spoiler el afirmar que en Death Proof no sucede nada. Sólo hay diálogos y persecuciones (menos) y choques y encontronazos al estilo Chase HQ (más). Además, los que disfrutamos en su momento con las reflexiones acerca del Like a Virgin en Reservoir Dogs o de los establecimientos McDonald's en Europa en Pulp Fiction, no podemos sino abominarnos ante el escaso carisma de los diálogos, absurdos, sin interés ni gracia y, sobre todo, eternos; centrados más en relatar las vivencias sexuales de las protagonistas (las cuales nos interesan más bien poquito) que en realizar aportaciones a nuestra cultura pop.

Está bien que de vez en cuando permitirse homenajes a ítems de nuestra cultura adolescente, como hizo con Kill Bill, pero eso siempre debe subyacer en un estrato formal, estético. No es suficiente para concebir una obra redonda.

La gasolina, es decir el talento, se le ha agotado pronto al señor Tarantino.

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