Me gusta comer letras. No me refiero a la sopa. Ni a elidir consonantes a final de palabra. Me gusta comerlas, literalmente.
Lo particular de mi caso es que, en contra de lo común, no elaboro un discurso con palabras mutiladas, desprovistas de alguna letra. Al contrario, dichas palabras ven cómo la letra digerida se adhiere a su esstructura al instante. Lo ven? Acabo de comerme una ese.
No es fácil seguir esta dieta. Hay que encontrar el momento preciso para tragar la letra, buscando que la palabra resultante sea inteligible. Por ejemplo, si me quiero comer una jota, debe coincidir su deglución con la pronunciación de una palabra con esa letra, a ser posible coincidiendo además con la sílaba exacta: "ayer comí dos jjotas con perejjil". En esta empresa debo tener mucho tacto, pues los resultados pueden ser catastróficos: "el dromedario tiene dos jojrobas".
En este sentido hay letras especialmente conflictivas. La uve doble es exquisita, pero es altamente complicado zamparse una sin acompañarla de un vaso de wwhisky. Lo bueno que tiene el whiskky on the rockks es que me ofrece una gran ocasión para saborear dos kas.
Naturalmente, no todas las letras saben igual. La hache, por ejemplo, es hinsípida, y puedo comerla cuhanto guste que no hengorda. La erre en cambio es más fuerrte y hay que moderar su consumo, pues prroduce mal aliento y acidez de estómago. Todas las precauciones son pocas para ingerir una ese, pues aunque es totalmente inofenssiva en mitad de una palabra, sus consecuencias semánticas se presumen dessastrosas al pronunciarla al final del vocablo: "mis novias tiene las uñas negras". Esta letra es mejor comerla en la más esstricta intimidad, para evitar situaciones comprometidas.
Leave a comment