Enero 2005 Archives

Frío en Soria

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Qué frío han pasado los futbolistas del Real Madrid esta tarde en los Pajaritos! Si es que debería haberse suspendido el partido! Es inconcebible que unos trabajadores, que se ganan el pan (o el Ferrari, lo mismo da) en pantalón corto, tengan que aguantar tales condiciones infrahumanas!!!

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Qué pasa, que los futbolistas del Numancia no pasan frío? Son robots o qué?

Dóna corda al català

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El Govern de la Generalitat va a invertir más de 3 millones de euros en promover el uso del catalán en el ámbito social. No es la primera vez que se lleva a cabo una iniciativa similar, pero en esta ocasión no me parece necesaria, especialmente teniendo en cuenta el coste de oportunidad de la campaña.

No considero que el catalán deba potenciarse. Creo que goza de buena salud. Y no gracias a los políticos, precisamente. Vivo en una de las zonas más cosmopolitas de Catalunya y oir hablar en catalán es muy habitual. Es normal que se escuchen otras lenguas, sobre todo teniendo en cuenta la magnitud que ha alcanzado el fenómeno de la inmigración. En cualquier caso, los inmigrantes no son el público objetivo principal de esta campaña.

Tal vez medidas como ésta sean necesarias, los políticos tendrán sus razones, pero da la impresión de que peligre la conservación de la cultura autóctona cuando, a mi modesto entender, no hay motivos de alarma.

La loca

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La veía caminar a unos metros por delante de mis pasos. A unos diez metros aproximadamente. Me llamó la atención la acusada inclinación del cuello. Una inclinación antinatural y seguramente bastante incómoda. De cuando en cuando, un leve respingo de la cabeza se asomaba como una minúscula montaña rusa circulando sobre sus hombros. Asentimientos esporádicos completaban la batería de ademanes capilares.

La muchacha seguía caminando, como lo hacía yo detrás de ella, por aquel paseo oscuro de farolas amarillas. Cada vez me intrigaba más, no por el asombro que me causaba su demencia, sino por el morbo de encontrar más muestras de su desquicio. Hallé otra más. El brazo derecho lo tenía alzado y como paralizado; se había detenido justo en el momento de flexionar el codo, lo que confería más incomodidad a su postura y más desasosiego a mi espíritu de voyeur.

Decidí acelerar el paso. El inesperado espectáculo estaba alcanzando peligrosas cotas de morbo. Por un lado deseaba acercarme más, para ser mejor testigo de aquella improvisada exhibición circense en plena calle. Pero por otro deseaba sobrepasarla, dejar de observarla y poner fin de esa forma a la angustia que me producía. Pero cuando la tuve más cerca, apenas a dos metros, mis oídos me proporcionaron la culminación del diagnóstico: la chica estaba hablando sola.

Sentí náuseas. Una joven tan frágil e inexperta, con tan agradable aspecto, y con semejante deterioro mental. Dudaba entre actuar u olvidarla, entre complacer a mi compasión o abandonarla en su miseria. Me acerqué más, ya no había marcha atrás, había llegado el momento de tomar una determinación.

En ese mismo instante, la criatura terminó la conversación y guardó su teléfono móvil en su bolso de color granate.

Siempre en favor del ciudadano

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El abono mensual ha subido casi dos euros este año, el doble del nivel de vida. Sin embargo no he visto el doble de mejora en el servicio y las prestaciones. Más bien todo lo contrario: esperas interminables, averías inoportunas, malos modales de los empleados, suciedad y dejadez, falta de información...

Teniendo en cuenta que se trata de un servicio público en situación de monopolio, considero cualquier pataleta como legítima. Es indigna esta situación, a la altura de un país tercermundista. Y si al menos no tienen intención de solucionarlo, que no nos humillen con esas ignominiosas subidas de las tarifas.

Lo peor de todo es la impotencia que se siente. Mi única vía de escape puede ser este humilde blog que nadie lee. O también la ironía; gracias a ella podré entonar con un sutil canto: Gracias!!!

Críspulo

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Críspulo era un airgamboy cowboy. Vivía en una caja de zapatos junto al hombre rana, el bombero y sus respectivos accesorios. A Críspulo no le disgustaba su hogar y la relación con sus compañeros era más que aceptable. Lo único que le irritaba era cuando Anselmo, el hombre rana, invitaba a comer a Mapache Tuerto, el airgamboy apache. Éste último vivía dos cajas más al fondo con el albañil, el policía y un muñeco tarado, vestido todo de cuero.

Críspulo era moderadamente feliz. Sus aventuras eran trepidantes y siempre lograba salir de ellas con éxito. Había conseguido mutilar al airgamboy sioux y le había arrancado las pequeñas lengüetas que hacían la función de pies al airgamboy pies negros. En su caja acumulaba los botines de sus andanzas, a pesar de la polémica suscitada por el aroma desprendido por alguno de ellos. No obstante, estaba muy orgulloso de su status dentro de aquel universo de plástico y minúsculas piezas no ingeribles.

Su aspecto físico era formidable. Su musculatura, rectilínea. Podía engullir litros de cerveza sin generar tripa; lástima que tampoco podía consumir nada, ya que su boca era tan sólo una curva negra trazada con un pincel sobre el plástico de su rostro. Tampoco tenía codos, pero no los necesitaba, pues en aquel mundo de airgamboys los exámenes no existían. Ni rodillas, cosa que le evitaba muchas lesiones de menisco. A pesar de tales minusvalías, era tremendamente ágil y podía dar saltos inimaginables; también era casi inmortal, resultaba inmune a toda clase de golpes y porrazos. A veces perdía la peluca o un brazo, pero su reparación era en absoluto problemática. No tenía ni que pasar por quirófano (el airgamboy médico se aburría casi tanto como el airgamboy butanero).

Pero un día sucedió una tragedia. En una de sus odiseas contra el airgamboy cheyenne, Críspulo osó acometerlo desde lo alto del armario, justo cuando aquél pasaba por debajo junto al airgamboy cherokee y el airgamboy lechero, que pasaba por allí. Críspulo calculó mal la distancia y se pegó un trompazo estratosférico contra el suelo. Anastasio, el airgamboy cheyenne, logró huir, pero eso no fue lo peor. Nuestro héroe perdió la cabeza, ambos brazos y se le desencajaron las piernas. Todo fue subsanable a excepción de la peluca, que jamás se pudo encontrar. Ni siquiera un sabueso que le pidieron prestado a los madelmanes vecinos logró hallar aquel tupé de plástico.

La depresión de Críspulo fue mayúscula. Jamás volvió a ser el que era. Tuvo que trasladarse a la caja de los muñecos mutantes, junto al airgamboy futbolista del Atlético de Madrid y un tricerátops de goma que había perdido su cuerno frontal. No podía volver a salir, había perdido toda dignidad. Era incapaz de pasearse con aquel agujero en pleno cráneo, exhibiendo su calvicie por doquier.

Se incorporó, con sumo dolor, a la casta de los juguetes olvidados.

Invasores II

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A menudo nos sentimos invadidos. En la multirracial sociedad actual es bastante frecuente. Rara vez nos encontramos en un contexto donde la absoluta totalidad de las personas que nos rodean comparte nuestros mismos orígenes. Y eso no es malo. No obstante, cuando invaden tu terreno vital y coartan tu libertad, el tema se vuelve peligroso.

Y no me refiero a los chinos, esos maestros del monopoly que son capaces de apoderarse de una manzana entera a base de restaurantes, bazares e incluso fruterías donde venden algo más que mandarinas. Tampoco quisiera hacer mención a los hispanoamericanos y a su enorme capacidad reproductiva. Ni a los moros ni a los negros... perdón, magrebíes y subsaharianos.

Me estoy refiriendo a los perros. Antiguamente encontrarse con un perro por la calle era casi un motivo de celebración, un evento extraordinario equivalente a las sensaciones que producían las visitas a los zoológicos. Además, celebrábamos con regocijo el repugnante infortunio de contactar con la suela de nuestro zapato los desahogos intestinales de los canes, aduciendo la buena fortuna que dicho incidente consigo traía.

Ahora hay miles de ellos. Se han convertido en un elemento urbano más, tales como las farolas, los árboles o los mismísimos peatones. Incluso un mismo dueño es poseedor de más de uno y ya no se esfuerza en madrugar para permitir al perrito hacer sus necesidades. Nos encontramos a individuos paseando a su mascota a cualquier hora del día.

Lo más fascinante de todo es la invasión propiamente dicha, sibilina y contundente. En una acera de apenas tres metros, el dueño mantiene atado a su perro mediante un cordel de cinco metros, otorgándole una piadosa libertad digna de la indulgente y presuntamente superior raza humana. El cánido, ni corto ni perezoso, bueno, al menos ni corto, aprovecha tal concesión para deambular por el extremo opuesto de la acera, lo que provoca que los peatones inocentes se tropiecen con un obstáculo compuesto por un cordel sujeto a sus dos extremos por dos elementos móviles. Esta invasión de la vía pública solamente concluye cuando el dueño se da cuenta de su torpeza, su egoísmo y su absurda magnanimidad y con ridículos esfuerzos exhorta a su subordinado a que proceda a moverse con tal de que la longitud del cable se vea reducida.

En el tema de las caquitas parece que vamos mejorando. Al menos no se detecta un aumento de la "siembra", a pesar de haberse incrementado sensiblemente el número de "sembradores".