Agosto 2007 Archives
Ha quedado más que demostrado que seguimos viviendo en un país tercermundista. Un país donde sus más insignes cerebros deben emigrar por falta de oportunidades y donde las mayores preocupaciones de la ciudadanía se concentran en el fútbol y en la prensa rosa.
Una ilustración muy evidente de este hecho son los informativos de las televisiones, sin duda por su inmediatez y su gratuidad los más seguidos por las masas; noticias de sucesos, con todo lujo de detalles (número de puñaladas, edades de los hijos vilipendiados, etc.) y amplísimo despliegue de la información deportiva (o cuasideportiva).
En este caldo de cultivo no es de extrañar la situación de caos que está viviendo la ciudad de Barcelona. Muy penoso es el caso de los trenes de Cercanías, rozando el esperpento, y produciendo un perjuicio al ciudadano difícilmente mesurable, no sólo a nivel económico. No sé ustedes, pero yo me estreso sobremanera esperando el transporte público mientras soy consciente de que voy a llegar tarde por culpa de dicha espera.
Lo más grave, indigno de un país civilizado en el siglo XXI, sucedió hace un mes. Como recordarán, un apagón debido a una serie de infortunios dejó sin luz a media ciudad. Los accidentes suceden, casi siempre hay algún responsable, pero no hay que darle más vueltas. En este caso concreto, lo inaceptable fue la demora inconcebible en la restauración del servicio, con el obvio menoscabo en el transcurso natural de la rutina de los ciudadanos afectados. En nuestra sociedad, me atrevería a decir que por desgracia, no podemos prescindir del fuido eléctrico. Y mucho menos 24 horas, o los 3 días que tuvieron que soportar un número considerable de abonados.
No es por defenderla, pero tengo la convicción de que la compañía eléctrica tenía la firme voluntad de desfacer el entuerto, aunque sólo fuera pensando en las indemnizaciones que se le vendrían encima. Y más viendo el monumental enojo de los siniestrados.
Es una empresa presumiblemente privada, pero descaradamente orientada por el Ministerio de turno. Por tanto, este calamitoso incidente, unido a las recalcitrantes infracciones ferroviarias, ha puesto de relieve el deplorable estado de las infraestructuras en Catalunya. La obsolescencia en las obras públicas se extiende por doquier.
En el fondo, las protestas acerca del déficit fiscal existente entre la Comunidad Autónoma Catalana y el resto del Estado no se redactan únicamente en los foros nacionalistas. Esta grave carencia de inversión en Catalunya es una consecuencia de ello. Ver el estado de las infraestructuras (será por eso por lo que Barcelona es un decorado excelente para algunas producciones cinematográficas) es argumento suficiente.
Sin embargo, creo que los principales culpables son los políticos autóctonos, sean del partido que sean, más preocupados por cuestiones nacionalistas que a ninguna parte llevan, que por los auténticos problemas de sus votantes.
Fue todo muy deprisa, demasiado para alguien tan poco aficionado a las series como yo. No me confieso como un devorador de series, ni mucho menos. Antes lo era menos, ahora tampoco lo soy tanto. Debo reconocer que la posibilidad de poder visionar los capítulos a través del Dvd ha sido determinante; nunca me ha gustado estar sujeto a las veleidades de los programadores televisivos, ni a la dictadura de los cortes publicitarios. Esta antigua situación era, a grandes rasgos, lo que me retraía.
La cosa ha cambiado. Poder ver cuando se te antoje, cuanto se te antoje es muy atractivo. Sobre todo en aquellas series con cierta continuidad argumental entre capítulos. Porque para mí, las series son eso, una serie de acontecimientos que, hilvanados, componen un hilo argumental. No me hacen gracia aquellas en las que, al final del capítulo, para no crearnos desasosiego, todo vuelve como al principio, a la normalidad, por muy sugerente que sea el planteamiento o los personajes.
Y ahí radica el éxito que han tenido para mí series como Lost, Heroes o la que nos ocupa, Prison Break.
Me habían hablado bien de ella y yo estaba en una situación de pseudoorfandad tras el final de la segunda temporada de Perdidos. Así que, rompiendo la tendencia que me llevaba a visionar únicamente series de ciencia ficción, y prescindiendo del prejuicio acerca de las historias de fugas de prisiones, me decidí a intentarlo. Tenía toda la primera temporada en Dvd, así que las condiciones eran las óptimas.
Ya en los primeros capítulos, se rompe con el tópico antes mencionado de las historias de presos. Te das cuenta de que va a ser una historia diferente. O tal vez no, es posible que lo de meter a un tío con un mínimo de seso entre tanto troglodita entre rejas sea una fórmula infalible. El caso es que con Prison Break funciona.
La de los tatuajes es una idea muy brillante, muy destacada al principio pero infrautilizada más adelante. Da la sensación de que se vuelven a acordar del bloc de notas del plan de Michael Scofield al principio de la segunda temporada. Pero por otro lado, si explotas demasiado las buenas ideas, pueden correr el riesgo de dejar de serlo.
Otro gran logro de esta serie es la definición tan precisa de los personajes, algo fundamental en cualquier historia. En pocos capítulos están perfectamente caracterizados y conocemos perfectamente su forma de ser y actuar, lo que no está exento de poder llevarnos más de una sorpresa: el recalcitrante mafioso con sentimientos Abruzzi; el repugnante T-Bag, para mí el mejor personaje de la serie, un villano ambiguo que en algunos pasajes me recuerda a Gollum (llámenme friki si lo desean); el noble y mártir Sucre, un hombre con principios, bueno, con un sólo principio, la nota acaramelada de la historia; el terrible Bellick, solterón que vive con su madre y que en la segunda temporada cambia totalmente el rol, lo que aumenta sin duda el atractivo de su personaje; y la doctora Tancredi, que se ve involucrada sin comerlo ni beberlo y que constituye la heroína (o especie de) de la historia.
Los personajes de "fuera" quizá no enganchan tanto, no nos sentimos tan identificados con ellos. La trama que "circunda" las peripecias de los reclusos también es interesante, pero no es lo que le da tan buena nota a la serie. Lo que nos atrae, nos conquista en definitiva, es indudablemente la trama dentro de la prisión.
Somos perfectamente conscientes de la fórmula que utilizan los guionistas en este tipo de series: incluso en los capítulos más intrascendentes, donde no parece suceder nada, existe el recurso de dejar un acontecimiento inesperado y a veces inconcluso para el final, de manera que nos cree la necesidad imperiosa de visionar el siguiente capítulo. Nosotros lo sabemos, pero igualmente mordemos el anzuelo.
Empecé a ver Prison Break mientras esperaba la emisión de la tercera temporada de Perdidos. Pronto me dispondré a ver la tercera de Perdidos mientras espero la tercera de Prison Break.
En el sur de Sudán, cerca de la frontera con Uganda, gran parte de la población autóctona asegura haber visto en alguna ocasión un extraño personaje; alto, encorvado, casi jorobado, de piel grisácea y ataviado únicamente con un escueto taparrabos.
Pero lo más extraño no es la brevedad de su indumentaria, y menos por aquellos lares. Muchos testigos aseguran haber oído cómo la criatura emite unos graznidos semejantes a los de un pato silvestre. Es huraño, solitario y nadie ha logrado acercarse a él. Sin embargo, es conocida por todos los del lugar su afición por refrescarse en las aguas del Nilo. Sus chapoteos y sus llantos de ánade son escuchados en casi toda la región. Además, se le atribuye la muerte de numerosos cocodrilos que han aparecido brutalmente asesinados a las orillas del río.
Por su aspecto estrafalario y sus estrambóticas costumbres, a este enigmático ser se le conoce como el Hombre Pato.