Hace no mucho tiempo, una noche contemplé desde mi ventana la silueta de una persona, un especimen presumiblemente del género masculino, que se filtraba a su vez por la ventana de su vivienda. Me llamó la atención su hieratismo; lo primero que pensé fue, motivado también por el horario nocturno, que el hombre prestaba una pasmosa y fiel atención al programa de televisión que estaba visionando. También me chocó la vestimenta del individuo, compuesta de chaqueta y corbata (y, por una cósmica consistencia lógica aunque no llegué a verlos, pantalones). Me sobresaltó porque, a esas horas, sobre todo si te encuentras disfrutando del reposo vespertino, dicha indumentaria es poco frecuente.
Al día siguiente, sin recordar el extraño episodio del día anterior, volví a verlo. Con la misma ropa y en la misma posición, en aquella actitud de atención constante. Para colmo, y gracias a lo cual pude realizar tal descubrimiento, la estancia donde se encontraba el misterioso personaje se hallaba extremadamente iluminada, o tal vez con demasiada luz si se tenía en cuenta que la actividad que se estaba llevando a cabo allí era el seguimiento de un programa de televisión. Pude observar la presencia de al menos dos focos, que parecían enfocar, valga la redundancia, directamente a la efigie del presunto televidente.
Durante los días posteriores se repetía la misma historia. Incluso me asomaba tres ó cuatro veces la misma noche, a distintas horas, y el elegante sujeto no paraba de engullir basura televisiva. No me obsesioné, porque he visto cosas peores, pero sí mostré algo de inquietud al respecto. No obstante, mi ociosa capacidad deductiva me dio, por una vez, una explicación que arrojó algo de lógica a aquella extraña aparición. Porque por muy fiel que puedas mantenerte a la programación televisiva nocturna de cada día, se necesita alguna explicación más para comprender el hecho de permanecer constantemente en la misma postura, sin pestañear, y con un atuendo perenne, sea invierno o verano, y poco apropiado para el hogar y para el horario.
No lo sé con certeza, pero creo que el retratista se merece mi admiración por la verosimilitud de su arte y mi desdén por hacerme sentir un poquito idiota durante algunas jornadas.